Material de apoyo a las
Clases de Educación Sexual
Promiscuos
Otra etapa evolutiva importante en nuestra historia biológica fue la promiscuidad. Se trata de una época previa a la poligínica y consistía en que no existía la familia como la conocemos ahora sino básicamente un todos contra todos. El sexo no era privado y frecuentemente se realizaba por la noche no necesariamente en grupo pero sí dentro de grupos muy cerrados. En aquella época, a falta de luz eléctrica, el olfato adquirió una gran importancia en los asuntos eróticos, lógicamente no tanto para el hombre al que cualquier acceso le venía bien, como para la mujer cuyo mandato primordial es seleccionar al compañero sexual.
La certeza que tenemos acerca de aquel período no es muy robusta; sin embargo existen vestigios anatómicos que nos hablarían de aquella época. La competencia masculina por fecundar a las mujeres no pasó por las peleas entre individuos (que hubiese obrado contra la supervivencia del grupo) sino básicamente por la competencia espermática y la longitud y la forma del pene. Cuanto más largo el pene más cerca del útero se deposita la esperma y mejores chances tienen los espermatozoides propios. Tal vez sea el motivo del comparativamente descomunal del largo del pene en los humanos (aunque existen otras alternativas). Para más, la forma particular del pene humano y la dinámica del coito hacen pensar en una especie de escariador que desplaza y evacúa el esperma ajeno y sólo después de suficientes movimientos de limpieza eyacula el propio en lo más profundo.
El esperma también tiene lo suyo, aunque es demasiado técnico para explicar acá, sólo voy a decir que es posible que los diferentes tipos de espermatozoides que produce un ser humano normal tengan diferentes funciones, y no se trate –como se creía hasta hace poco– de funcionales y el resto. Parece ser que entre los espermatozoides de una mezcla de esperma se produce una competencia encarnizada por la victoria de la fecundación.
El volumen de la eyaculación y la cantidad de espermatozoides también debe haber jugado un papel importante. Hoy sabemos, por ejemplo, que el volumen eyaculatorio es sensible (y mayor) cuando las probabilidades de que la mujer haya estado con otros hombres es alta. Qué me cuenta.
También se ve que en sucesivas eyaculaciones con una misma mujer en una misma noche, el volumen de la eyaculación es cada vez menor; ¡pero si llega a cambiar la mujer la cosa se revierte! En relación con esto hay otra característica del comportamiento del hombre (verificado en muchas otras especies) que es por demás sorprendente y hasta risueño, se le ha dado el nombre de efecto coolidge, y será el tema de una nueva nota.
De lo que no cabe duda es que nuestra sexualidad es esclava de su pasado.
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