Material de apoyo a las
Clases de Educación Sexual
Machismo
La nuestra es una sociedad machista, ni cabe duda de eso. Y es deseable y urgente cambiar esa realidad nefasta que sojuzga en muchas modalidades y circunstancias a las mujeres. El origen del machismo no es una conspiración maquiavélica de los hombres, ni de los actuales ni de los prehistóricos. Se trata simplemente de una herencia biológica que tiene su origen en la sexualidad humana construida durante cientos de miles de años.
La diferencia de tamaño, fuerza y agresividad entre hombres y mujeres está inscripta en nuestros genes desde que la ecología del comportamiento social se estableció en nuestra especie con el formato de harenes comandados por machos alfa, la poliginia. El despotismo de los hombres que resuelven los conflictos con el uso de la fuerza también está inscripto en nuestros genes, que construyen parte importante de nuestros instintos. Emociones intensas y respuestas automáticas nos sirvieron durante milenios para ser exitosos reproductivamente. Ese éxito es justamente lo que hizo prevalecer los instintos.
La división del trabajo entre los sexos es parte de esa ecología de comportamiento. El hombre se dedica a defender el harén, a explorar el ambiente, a cazar y proveer proteínas, a holgazanear; y la mujer se dedica a las tareas domésticas. Ese fue el contrato laboral por cientos de miles de años.
Lo bueno de esta historia es que los instintos pueden refrenarse, incluso abolirse, manejarse sin que tengan que expresarse ni realizarse. Pero para hacer esto es necesario reconocer su existencia, entenderlos y comprenderlos, y así evitar que se expresen aún en formas solapadas o racionalizadas.
Pero hay otra buena noticia, la misma biología produjo no hace mucho –en tiempos evolutivos– un cambio importante en nuestra ecología reproductiva: el nuevo contrato sexual (así lo llamamos en biología) implica que los hombres dediquen una buena cantidad de energía al esfuerzo parental, o sea, a la crianza de los niños, la dedicación a la familia nuclear.
Eso nos permitió a los hombres a recibir naturalmente satisfacción por las tareas domésticas. Somos muchos los hombres que cambiamos pañales, damos la mamadera, contamos cuentos a nuestros hijos, hacemos la comida, lavamos la ropa, limpiamos a casa y cosemos, sintiendo enorme satisfacción al hacerlo. Es de destacar que los que gozamos de esta satisfacción no sentimos en ningún momento que ese trabajo sea degradante ni que cargue con algún tipo de disvalor social.
Tenemos un gran desafío social delante de nosotros: lograr la justicia y la igualdad de oportunidades entre los sexos. Es muy difícil lograrlo sin entender las bases biológicas de la desigualdad y, sobre todo, sin entender que estamos actuando en contra de muchas de nuestras emociones, tanto masculinas como femeninas, que pugnan por roles específicos que proporcionan felicidad.
|