Material de apoyo a las
Clases de Educación Sexual
El contrato sexual
Ya vimos que los hombres son casi promiscuos y tienden a comportarse como espermatozoides. Y que las mujeres son selectivas y tienden a comportarse como óvulos. Así, las mujeres se convierten en el recurso escaso. En las leyes del emparejamiento, el levante, la seducción, se reproducen irremediablemente los efectos de la oferta y la demanda. Los hombres deben trabajar mucho y denodadamente para encontrar pareja y frecuentemente deben competir encarnizadamente con otros hombres. Las mujeres, simplemente, eligen.
Esto se mantiene así desde tiempos inmemoriales (resumo esa historia en estas dos notas: promiscuos y vestigios). Pero hubo un momento en nuestra historia evolutiva en que se produjo un hito que cambió, al menos parcialmente, las cosas. Resulta que la inversión que debía hacer la mujer tanto en el embarazo como en la crianza fue sobrehumano y si debía continuar haciéndolo sola la tasa de fracaso reproductivo afectaría por igual a hombres y mujeres. El motor de este dramático cambio fue el agrandamiento de nuestras cabezas, lo que conlleva un enorme peligro en el parto y cuya solución de urgencia consistió en parirnos prematuros (*). Todo esto, gestación, parto y crianza, implicó una inversión que la mujer ya no pudo hacer sola.
Para lograr convencer al hombre que invierta en ella y en la crianza –o sea que forme una familia– la mujer operó unos cambios drásticos. Por un lado desarrolló lo que se llama una ovulación oculta; somos la única especie en la que la hembra no publicita su estado fértil. Por otro lado ofreció sexo divertido e ininterrumpido los 365 días del año sin importar su estado de fertilidad. Así la mujer redefinió al sexo que dejó de ser meramente reproductivo para convertirse en prenda de convivencia: sexo recreativo. Son muy pocas las especies que gozan del sexo recreativo.
Por último convenció al hombre de que la inversión parental, o sea, invertir tiempo y energía en criar a los hijos, no solamente aumentaba sus chances de éxito reproductivo sino que también podía ser placentero, y vaya si lo es.
Esta nueva realidad biológica implicó que las psicologías inconscientes, los instintos que regulan el comportamiento sexual, de hombres y mujeres se modificaran sensiblemente. Para el hombre, que básicamente sigue siendo promiscuo, le plantó un módulo de búsqueda de sexo que le indica que al menos de vez en cuando le conviene encontrar una mujer con la que no sólo realice sus sencillos frotamientos sino con la cual quedarse a formar una familia, invertir tiempo y energía en el esfuerzo parental. Y para la mujer, que entre los hombres a los que accede a sus favores sexuales debe haber al menos uno al que elegirá con el fin primordial de invertir con ella en la tarea de crianza.
Es muy posible, además, que la biología haya aportado al contrato sexual con un nuevo sentimiento, una nueva emoción para los dos sexos: el amor romántico.
(*) En comparación con otras especies un bebé humano nacido a término (nueve meses de gestación) es un prematuro.
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