Pública o privada

En mi país, Argentina, conviven dos tipos de universidades: las públicas y las privadas. Aquí, en la Argentina una de las principales diferencias entre ambos tipos es la calidad de la formación profesional. Todos los indicadores que puedas consultar confirman que la universidad pública es superior. El mercado laboral siempre o casi siempre prefiere egresados de la universidad pública. Los rankings internacionales sobre calidad educativa posicionan mejor –y por mucho– a las universidades públicas.

Según dicen –pero reconozco que no me consta– las universidades públicas son más exigentes, lo cual redundaría en una mayor capacitación. De hecho ante la disminución de la capacitación brindada por la escuela secundaria (medido por varios índices) la UBA implementó el Ciclo Básico Común que tiene un año de duración, es exigente, e intenta capacitar a los estudiantes para alcanzar lo que sería un estándar mundial preuniversitario. Me consta que muchos estudiantes que no logran superar el CBC hacen un nuevo intento (los que pueden económicamente) en una universidad privada.

La cuestión de la calidad educativa tal vez tiene que ver con una discusión filosófica más profunda en la dicotomía pública–privada. Para los defensores de la educación privada la formación educativa, y tal vez el saber en sí mismo, es un bien comercializable. Por lo tanto venderlo es un negocio respetable y genuino. Para los defensores de la educación pública –entre los que me cuento–, en cambio, la enseñanza universitaria es un derecho humano y por lo tanto el Estado tiene la obligación de brindar. Un derecho humano y también un beneficio social para el resto de la sociedad que requiere de los profesionales que en la universidad se forman. En base a esta diferencia filosófica de fondo el estudiante puede ser: un actor social o un cliente.

Tal vez la mayor diferencia entre pública y privada esté dada por esta otra cuestión fundamental: la investigación científica. Por una razón filosófica, “la universidad es el lugar que la sociedad se dio para la creación del conocimiento” y por una cuestión tradicional o histórica al menos en la Argentina la investigación científica está casi ausente en la privada mientras que es obligatoria en la pública. La investigación científica es cara, sus frutos comerciales aparecen sólo a largo plazo, son –monetariamente–  un mal negocio. Por lo tanto, al menos en la Argentina reitero, son muy pocas las universidades privadas que desarrollan investigación. Las consecuencias son palmarias. Hacer ciencia, pertenecer a la academia, te obliga a estar actualizado en los conocimientos de tu área específica, a seguir formándote. La enorme mayoría del plantel docente de la Facultad que más conozco –Exactas, UBA– tiene título de doctor, o sea, tuvo una formación cuaternaria, de posgrado y –al menos– un aporte original a la ciencia. El perfil docente de las universidades públicas es muy diferente de las privadas. (Cuando digo título de doctor me refiero al grado cuaternario, o sea, haber hecho un doctorado, y no al tratamiento profesional de –por ejemplo–  médicos, abogados, etcétera).

Una de las objeciones más comunes que recibe la universidad pública –y que muchas familias “compran”–  pasa porque piensan que la universidad pública está “contaminada” de política. “Yo vengo a estudiar, no a hacer política” dicen a veces algunos chicos cuando son interpelados políticamente. Alaban la pulcritud de las aulas de la universidad privada y denuestan los carteles políticos que se ven –cada vez menos– en los pasillos de la pública. Para aquellos a quienes educaron en la idea de que la política es mala palabra se trata de un escollo importante. Pero si asume su rol de actor social y se considera suficientemente autónomo e inteligente para no ser víctima de un lavado de cerebro (que nadie va a intentar practicarle) aprenderá rápidamente que la política dentro de la universidad pública lejos de ser un disvalor es un componente importante.

 


 
 

Fotografía: Exactas UBA
 
Fotografía: Exactas UBA
 
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