EUTONOMIA Y LIBERTAD DE CATEDRAl

Otro de los pilares básicos de la Reforma Universitaria (y la vuelvo a mencionar porque la universidad pública argentina actual surge de ella) es la autonomía. Qué significa esto y por qué es así. Autónoma significa que la Universidad se da gobierno propio, aunque económicamente depende de las arcas nacionales. O sea, recibe sus fondos del Gobierno Nacional pero cada universidad se gobierna sola.

Los reformistas concibieron que el saber y el conocimiento – y por lo tanto las universidades–  son un bien supremo de la sociedad que debía estar por encima del poder político de turno, debían quedar a resguardo de los vaivenes políticos y corrían un riesgo muy grande si dependieran, por ejemplo, del Ministerio de Educación del gobierno que tocase. Que la mejor manera de proteger este valor superior era darse un gobierno propio de cada universidad integrado por los tres claustros y cuyos intereses fueran independientes de los intereses políticos y partidarios y de las disputas de poder general. El pueblo argentino lo ha visto así y la Ley de Educación Superior lo consagra.

En el mismo sentido de la protección de este bien superior que es el conocimiento, los estatutos universitarios sostienen el principio de la libertad de cátedra. Que sostiene que cada cátedra tiene completa libertad para investigar y enseñar y no puede ser supervisada académicamente, o sea, no puede ser censurada.

No está de más recordar que las dictaduras militares que gobernaron el país intervinieron los gobiernos universitarios, persiguieron, apalearon, mataron y desaparecieron a centenares de estudiantes y profesores de las universidades. En la dictadura del general Onganía, en 1966, se produjo una intervención policial con ocupación armada dentro de los establecimientos educativos. El episodio lamentable se conoce como La noche de los bastones largos. Ante el avasallamiento de la autonomía universitaria y en respuesta a la brutalidad del gobierno miles de profesores presentaron sus renuncias, en masa. Y muchos de ellos emigraron –o tuvieron que emigrar–  del país inaugurando un fenómeno tristísimo que denominamos la fuga de cerebros.

Todavía peor y más sanguinaria fue la dictadura de Videla en 1976. Cuando hablamos de fuga de cerebros no hablamos de sociólogos izquierdistas o filósofos marxistas –o no solo de ellos–, hablamos de físicos, químicos, matemáticos, ingenieros, médicos, etcétera, que tuvieron que emigrar para proteger sus vidas y las de sus familias o simplemente para poder trabajar en libertad. El vaciamiento de calidad y excelencia producido en las universidades argentinas significó un daño terriblemente penoso y difícil de revertir. El retraso y el oscurantismo se adueñó de los claustros. En 1974 el decano interventor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA hizo exorcizar el Aula Magna de la Facultad por un cura, ya que estaba habitada por demonios del marxismo.

La autonomía es condición necesaria, pero no suficiente. Gobiernos contrarios a la libertad académica tienen un arma poderosa y destructiva de la universidad pública –y de la ciencia–. Esa arma es el ahogo presupuestario. Basta con dejar de financiar adecuadamente a la educación superior para que los salarios de los docentes disminuyan a valores inviables que promueven inmediatamente nuevas fugas de cerebros. No solo salarios, también presupuesto para funcionamiento, gastos comunes, limpieza, seguridad, servicios, insumos, drogas, equipamientos, salidas de campo. El pueblo argentino necesita y se merece una universidad de excelencia y los gobiernos tienen la obligación de financiarlas correctamente.

 

Estudiantes cordobeses durante las movilizaciones que desencadenaron La Reforma.
 
 
 
 
 
Noche de los bastones largos, dictadura de Juan Carlos Onganía
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