Material de apoyo a las
Clases de Educación Sexual
Sentimientos diferentes: instinto maternal y
presunción de paternidad
Una de las más grandes falacias que pregonan los movimientos feministas es la que dice que no hay diferencia entre la mente de los hombres y de las mujeres, que lo único que nos diferencia es la anatomía reproductiva y los caracteres anatómicos sexuales. Niegan obtusamente que la biología incida en nuestras percepciones, emociones y sentimientos.
Tomemos por ejemplo los sentimientos en cuanto a la paternidad y maternidad. Habida cuenta que en nuestra especie y por cientos de miles de años la mujer se hizo cargo de la crianza, sería harto increíble que la evolución no hubiese creado en la mente femenina mecanismos generadores de placer para la realización de esta tarea. Si así no hubiese sido, sencillamente, no estaríamos acá. Dicho de otro modo: ¿posee la mente femenina un instinto maternal? ¡Pues claro que sí!
¿Y qué hay de la mente masculina en este mismo aspecto? Otro motivo importante para que surjan diferencias tan acentuadas en nuestras psicologías fue el hecho de que el hombre nunca puede estar cien por ciento seguro de su paternidad. Al contrario de la mujer, que tiene siempre la certeza de ser la madre del hijo que acaba de parir. No me refiero a nuestra realidad actual de medicina obstétrica ni maternidades. Me refiero a los millones de años en los que vivimos en la naturaleza en los que se diseñaron nuestros instintos que nos ayudaron a ser exitosos reproductivamente, el principal cometido de la vida salvaje. Durante ese largo período frente al cual la era de la civilización y la cultura es apenas un suspiro, nuestros cerebros se prediseñaron para tener sentimientos y emociones –amor, odio, deseos, celos, miedos, etcétera– de acuerdo a las conveniencias de cada sexo. Ignorar (o pretender ignorar) las diferencias es un mal negocio.
Nada de lo antedicho implica modelos a imitar o a perpetuar. La ciencia nos revela cómo es la realidad… nada nos dice de cómo debe ser la realidad. Pero para poder modificarla, hacerla más justa y agradable es absolutamente necesario conocerla y entenderla. Intentarlo sin tener en cuenta la ciencia es la mejor fórmula para el fracaso. La igualdad que debemos perseguir es la de derechos, obligaciones y oportunidades, no la de nuestras psicologías.
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