Material de apoyo a las
Clases de Educación Sexual
Óvulos y espermatozoides
¿Por qué hombres y mujeres se comportan tan diferente respecto al sexo? La respuesta hay que buscarla en la biología, en la historia evolutiva de nuestra especie, en cómo se diseñaron las estrategias sexuales –y diferentes– de ambos sexos y en cómo nuestros instintos comandan comportamientos diferentes para ser exitosos en nuestras estrategias.
Para reproducirse, meramente, el hombre invierte muy poco. Unos sencillos frotamientos producen cientos de miles de espermatozoides cada uno potencialmente apto para fecundar un óvulo y engendrar un hijo. En el trámite no pierde fecundidad ni salud ni corre muchos riesgos.
La mujer, en cambio, genera muy pocos óvulos a lo largo de su vida. Cada uno de ellos es potencialmente apto para generar un hijo, pero de hacerlo deja de ser fértil por nueve meses como mínimo y si se dedica a la crianza puede dejar de ser fértil por dos o cuatro años más. En el trajín queda debilitada e indefensa, agota su salud y seguridad, y para colmo agotó precioso tiempo de su corta (en comparación con la del hombre) vida de fertilidad.
La inversión que pone en juego la mujer en un encuentro sexual es enormemente mayor que la que pone en juego el hombre, al menos en principio. Por eso la biología se preocupó por dotar a hombres y mujeres de instintos diferentes para ser exitosos, cada uno, con los roles que llevan a cuestas.
Básicamente los hombres tienden a ser promiscuos, cualquier bondi les viene bien, en principio, para llegar al éxito reproductivo. En cambio las mujeres tienden a ser selectivas, ya que la inversión que van a hacer es muy importante deben elegir correctamente con quién hacen la apuesta.
En definitiva: los hombres tienden a comportarse como espermatozoides y las mujeres como óvulos. Nada de esto juega –ni jugó– un papel en la conciencia de las personas. Se estableció muy lentamente a través de millones de años incidiendo a cuenta gotas en nuestros comportamientos inconscientes.
Pero nuestra historia evolutiva nos depara una sorpresa, que los biólogos han dado en llamar: el contrato sexual.
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