Material de apoyo a las 
      Clases de Educación Sexual 
         
        El mandato familiar 
      Padres y  madres son mucho más cuidas con las  hijas que con los hijos. Es vox populi el chiste del padre que guarda la escopeta detrás de la puerta para espantar a  los pretendientes que acompañan a su hija. Cuando por otro lado alientan o  festejan que sus hijos varones realicen indiscriminadamente sus conquistas  cuanto más numerosas mejor. 
       Muchos ven  en esta actitud una herencia cultural, y definitivamente la es, pero su origen  biológico quedó clarísimo después de que Richard Dawkins publicó su monumental  libro El gen egoísta. Los genes que  portamos y que pasarán a una nueva generación si logramos reproducirnos están  también en nuestros padres. Por lo tanto si los genes son los responsables de  nuestros instintos, con los que desarrollamos nuestras estrategias  reproductivas, y esos mismos genes se hallan en nuestros padres, es dable –y así  ocurre– que nuestros padres posean instintos de crianza, para ayudar a sus  hijos a que sigan las mismas instrucciones reproductivas que siguieron ellos.  
       La  estrategia reproductiva exitosa de las mujeres, en su versión principal, es  tener la mayor cantidad de aspirantes posibles y tomarse todo el tiempo del  mundo para elegir el más adecuado entre todos ellos. La inversión que ella va a  hacer es enorme en comparación con la que –al menos en principio– le toca al  varón. Por eso los pone a prueba testeándolos, midiendo cuánto son capaces de  aguantar, soportar, esperar, si es que realmente quieren invertir en la empresa  reproductiva con ella. La familia vigila (los hermanos también, no olviden que  comparten el 50 por ciento de los genes con ella) para que la elección se  realice correctamente. Todos cuidan. Y a todos les sale espontánea,  instintivamente.  
       En el caso  del hijo varón, la estrategia reproductiva exitosa evolutivamente de los  hombres es la promiscua. Cada encuentro sexual representa la posibilidad de la reproducción  de sus genes a un costo bajísimo (no olvide que esta estrategia se estableció  hace por lo menos 100.000 años cuando la responsabilidad de los hombres distaba  muchísimo de lo que comporta en nuestra sociedad actual).  
      Por  supuesto estos instintos están prácticamente obsoletos, sobre todo si la familia es  responsable y educa a sus hijos sexualmente, si tanto hijas mujeres como hijos  varones conocen los métodos anticonceptivos y las formas de cuidarse a sí  mismos y al prójimo. Es posible, entonces, abolir esa doble moral, esa distinta  vara. Pero los instintos igual estarán ahí, y será necesario conocerlos para no  quedar rehenes de ellos.  
      Por otro lado, no hay que confundir esta desigualdad prejuiciosa con la desigualdad objetiva de otro tipo de cuidados. Las niñas son, con mucho, más vulnerables que los niños en su integridad sexual e integral. No en vano la naturaleza las hace madurar más tempranamente (en promedio unos dos años). El cuidado que les debemos, especialmente a las niñas, se incrementa significativamente si las hacemos tomar consciencia tempranamente de los peligros en los que estás inmersas. La educación sexual es un excelente vehículo para lograrlo (pero habitualmente no lo hace y muchas veces hace lo contrario). 
      Cultura y biología no son dos esferas separadas.  No hay que olvidar que la cultura está constituida por individuos, y los  individuos se construyen con instrucciones que hay en los genes.
      Cuanto antes lo asumamos, mejor para todos. 
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