Material de apoyo a las
Clases de Educación Sexual
Celos, la emoción cenicienta
No hay emoción relacionada con el sexo y con el amor que tenga tan mala prensa como los celos. La visión popular (y, lamentablemente, también la académica) sobre los celos es que se trata de una emoción negativa, destructiva, displacentera, inaceptablemente posesiva y hasta reñida con el respeto a la libertad del otro.
La visión de los evolucionistas, en cambio, es que los celos constituyen una emoción instintiva, construida a lo largo de millones de años y, por lo tanto, finamente tuneada para maximizar la progenie, lo que entre otras cosas quiere decir: exquisitamente afinada para lograr parejas exitosas, estables y duraderas, al contrario de como muchos piensan.
Se trata de una emoción que, como toda emoción, surge irracionalmente y se asienta instintivamente en la psicología de todos los seres humanos: proviene de cerebros cableados por las instrucciones de los genes. Básicamente, consiste en un estado de alerta permanente acerca de la fidelidad de la pareja y de la peligrosidad acerca de que la fidelidad se quiebre.
La gente suele olvidar su costado positivo más obvio. La falta de celos son habitualmente leídos por la contraparte como una falta de interés, como una falta de compromiso, como un desamor. Si el otro no me cela es porque no le importo y, si no le importo, el riesgo de ruptura es alto; luego, mejor invertir en la búsqueda de otra pareja a la que yo sí le importe y con la cual mi éxito reproductivo esté un poco más asegurado.
Los celos de los hombres y los celos de las mujeres son diferentes: están motivados por distintos intereses cada uno de ellos adecuado a la estrategia reproductiva de cada sexo. Los hombres centran su atención en el contacto genital que su pareja pueda tener con otro. Y es lógico, porque con cinco minutos de infidelidad alcanza y sobra para hacer fracasar su empresa reproductiva y quedar condenado a invertir esfuerzo y energía en la protección de los genes de otro.
Las mujeres, en cambio, son más sensibles a las emociones de su marido: que no se enamore de otra; y también es lógico porque como ellas nunca pueden dudar de que el vástago les pertenezca la estrategia femenina se reduce a tener a su lado un hombre que aporte al cuidado parental. El peligro mayor para la estrategia reproductiva femenina no es que el marido le sea infiel sino que el marido la abandone.
La biología evolutiva echa luz sobre nuestras emociones. Entenderlas, las propias y las de nuestras parejas ayuda a construir una sexualidad más responsable, por eso me parece que no debe faltar esta búsqueda en la educación sexual.
|