Material de apoyo a las
Clases de Educación Sexual
El mito de la belleza
Por mucho tiempo se creyó (y hay muchos que lo siguen creyendo) que a belleza es una construcción social, que depende de pautas sociales que mudan con el tiempo y que varían de una sociedad a otra. Pero lo cierto es que la belleza corporal, la que hace linda a una mujer o guapo a un hombre, descansa sobre sólidos pilares biológicos.
Así como recibimos la sensación de dulce de algunos alimentos que nos gustan y que no es casualidad que sean muy nutritivos, recibimos también la sensación de belleza de un potencial compañero sexual porque nos conviene formar con él una sociedad reproductiva. En la mujer la belleza es casi siempre indicador de juventud, de salud y de aptitud reproductiva. En el hombre la belleza es indicador de salud y fortaleza, que son las cualidades que una mujer busca para asociarse reproductivamente con un hombre.
Si tiene pechos grandes o pechos pequeños, si los labios son gruesos, si el cutis es terso, si hay pelo o no hay pelo, si la cintura así o asá, si las facciones y el cuerpo tienen suficiente simetría, si la nariz respingada o ganchuda, si la pera fina o ancha, si rubia o morocha… cientos de detalles corporales y faciales fueron investigados minuciosamente en decenas de culturas y sociedades diferentes, y la concordancia fue pasmosa: la belleza no es una construcción cultural, se trata de indicadores biológicos estándares, fijos, robustos, absolutos, que nos indican cuánto nos conviene o no nos conviene acercarnos con intenciones sexuales a otro.
Por suerte el asunto no debe preocuparnos más de la cuenta: tanto los feos como yo, como también las feas, podemos valernos de innumerables astucias para atraer al sexo opuesto. Y también funciona.
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