Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Mi abuelo materno,
Juan Antonio Villamil
Les presento a mi abuelo materno. Se llamaba Juan Antonio Villamil. Nació el 4 de diciembre de 1898. De su infancia sé poco o nada, pero de joven trabajó de periodista en El Avisador Mercantil, Diario de la mañana. Acá está su carnet que lo acreditaba como redactor.
Fanático de San Lorenzo llegó a integrar la comisión directiva y ser su Secretario General. Se ganó la vida como empleado bancario. Pero desde muy temprano militó en el Partido Peronista. En septiembre de 1952 Perón lo nombró Director de Defensa Nacional. Y tenía su despacho en el Ministerio de Hacienda de la Nación, que ahora es el Ministerio de Economía y que queda justo enfrente a la Casa Rosada en Plaza de Mayo.
El 16 de junio de 1955 la Armada Argentina y la Fuerza Aérea, con el objetivo de derrocar a Perón que había sido elegido por el voto popular, bombardearon la Plaza de Mayo, la Casa Rosada y el Ministerio de Hacienda. Los 37 aviones lanzaron bombas de fragmentación de trotyl y una lluvia de balas de 7,62 y 20 mm. Descargaron 9 toneladas y media de explosivos. El ataque causó más de 300 muertos y más de 1200 heridos. Civiles inocentes. Después de la masacre los aviones -con la inscripción Cristo Vence en el morro- huyeron hacia Montevideo. Fue el único ataque que se conoce en la historia de la humanidad de una fuerza armada contra su propio pueblo.
Por la ventana de su despacho del Ministerio de Hacienda entró una bomba y explotó en el interior destruyendo todo e hiriendo gravemente a mi abuelo. Lo encontraron muy maltrecho pero sobrevivió. Aún en malas condiciones resistió cinco años más. Conoció a varios nietos entre ellos a mí. Pese a ser funcionario gubernamental de primera línea nunca alcanzó a tener una casa propia. Mi abuela recogió del devastado despacho en el Ministerio una esquirla de la bomba y la hizo grabar para que su familia no lo olvide por generaciones. Lo bien que hizo.
Por mucho tiempo quedaron impresas las huellas de la metralla en las paredes de granito del edificio del Ministerio. Y yo nunca dejé de estremecerme al pasar por al lado. Han reemplazado muchas placas de la fachada, pero algunas huellas persisten, más una placa de bronce recordatoria. Del otro lado de la calle se levanta un monumento a las víctimas de la masacre. Pero cuando yo le pregunto a mis estudiantes si saben algo de un bombardeo a Plaza de Mayo me miran desconcertados.
Los pueblos que se desentienden de su historia repiten sus desgracias, una y otra vez. Los herederos intelectuales de aquellos infames aviadores nos gobiernan.
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