Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Libros de texto
Distinguidísimo lector: debo decirle que me siento contrariado... casi, diría, indignado. Siempre fui enemigo de la idea de recomendar un libro de texto a mis estudiantes: hacerles comprar (o conseguir) a todos el mismo libro. Esa uniformidad estupidizante, todo el conocimiento pautado, digerido, masticado, agendado... Mire, no es que descrea del aprendizaje a través de la lectura, pero esa cosa multitudinaria con un solo libro... patético.
A mis estudiantes les pedía que consiguieran un libro cualquiera, o mejor dos, y que los trajeran a clase. Que fueran prestados, alquilados, robados... el que usó su hermano, su papá, su tío, su abuelo, que fuera cualquiera que abordara los temas que -se los anunciaba de antemano- veríamos en el curso. No importaba si eran libros viejos, o requeteviejos, modernos multicolor o con estrellitas y pirotecnia. Juntaba unos 30 o 40 títulos diferentes. Algunos textos se repetían, claro está, pero eso es lo de menos.
La cuestión es que en cada clase los chicos tenían abierto sobre el banco un par de libros de texto diferentes (y diferentes a los de sus compañeros) con los que intentaban seguir la clase, tomar un apunte, subrayar una frase. Créame, distinguido lector... se abrían ahí decenas de posibilidades para sacar provecho. Algún día le voy a contar.
Pero estoy indignado porque acabo de enterarme que ese señor ricuti, el mismo que se la da de escritor y crea el personaje del Maestro Ciruela (o sea, yo), que ni siquiera sabe que Ciruela se escribe con S: Siruela, que se la da de innovador y transgresor... usted no lo va a creer: se ha puesto a escribir un libro de texto de Física, y ya tiene firmado el contrato de edición... ¡Traidor! ¡Falso! ¡Mercenario! Y te lo digo así, de una, ricuti: que si vos sacás ese libro de texto olvídate de mí, búscate otro personaje, porque nunca te lo voy a perdonar. (Este hombre está a punto de ser absorbido por el sistema).
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