Las enseñanzas del Maestro Ciruela
PEQUEÑA OMISION
Los libros de texto suelen ser muy descriptivos a la hora de caracterizar los flujos laminar y turbulento. Es fácil comprender las diferencias, al menos cualitativas, entre ambos. Sin embargo es una pena que casi la totalidad de los textos omitan una singular -aunque no importante- característica que los distingue: el flujo laminar es silencioso, y -muchas veces- ruidoso el turbulento. Una pena... porque esta obvia diferencia reviste gran importancia en la historia de la clínica médica.
No me refiero a que los médicos prescriban unas vacaciones de pesca a orillas del circunspecto Paraná para combatir el estrés, o un fin de semana en los bulliciosos y dinamizantes ríos de las sierras de Córdoba si el diagnóstico fuese la falta de ejercicio: ocurre que esta fundamental diferencia es la que permite medir las presiones máxima y mínima –sistólica y diastólica– en el organismo.
El procedimiento es sencillo: se enfunda el antebrazo a la altura del codo con un brazal neumático. Conectado a un simple manómetro se puede conocer la presión que ejerce sobre el brazo, que será idéntica a la que soporten los tejidos y los vasos interiores. Cuando la presión es suficientemente alta como para obliterar completamente la arteria humeral, el flujo sanguíneo se detiene. La técnica consiste en superar este valor inflando el brazal y permitir luego lentamente la salida de aire disminuyendo la presión. Entre la venda y la piel se coloca un estetoscopio para escuchar lo que ocurre adentro. Cuando la presión desciende lo suficiente y se iguala a la máxima con que el corazón bombea sangre (presión sistólica), una pequeña cantidad logra traspasar el pequeño segmento de arteria aplastada. Pero claro, la sección que atraviesa es pequeña y, por el principio de continuidad, la velocidad en el tramo debe ser superior a la normal y el flujo, habitualmente laminar y silencioso, se vuelve turbulento y ruidoso. Con el estetoscopio puede escucharse este paso, y el galeno toma nota. Se continúa con la fuga de aire del brazal y el descenso de la presión. El proceso se repite pero la duración de cada fuga y la sección durante el pasaje son mayores. Cuando la arteria ya no es más comprimida por la presión exterior y es capaz de mantener su geometría cilíndrica recién ahí la velocidad de la sangre se hace lo suficientemente lenta como para retornar al flujo laminar. En ese momento el latido vuelve a ser silencioso. El tordo vuelve a tomar nota: en este caso, la mínima (diastólica).
Después de esto ya se sabe... viene ese versito de comer con poca sal y hacer una vida aburrida. Sólo nos queda el consuelo de poder auscultar el funcionamiento turbulento de la vida y el universo, que es apasionante y no trae consecuencias cardíacas.
Artículo publicado en la revista Fisicartas. Algunos derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización jun-06. Buenos Aires, Argentina.
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