Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Perorata de la primera clase

Siempre traté de hacer mis clases lo más participativas que se pudiera, que los estudiantes intervinieran, que yo iba a tratar de lanzar preguntas para que piensen y respondan. Todo esto lo anunciaba el primer día de clases, cuando nos presentábamos y exponía el plan del curso.

Pero claro, toda gente desconocida y sin confianza mutua era difícil encarar la faena esperando que hubiese mucha participación de los estudiantes. Entonces añadía un conjunto de detalles que –me parecía- podían allanar el camino.

Les contaba que la experiencia nos indica que cuando los profesores formulamos preguntas en clase siempre suelen ser respondidas por un grupito, son cuatro o cinco, que se suelen sentar en las filas delanteras y que generalmente responden acertadamente. Yo los llamo: el elenco estable.

Bien, queridos alumnos del elenco estable... cuando estén seguros de sus respuestas... se las guardan, se muerden la lengua, si es necesario se ponen cinta duck-tape en la boca, no reparen en gastos. Chito. Sus respuestas acertadas no nos sirven para nada. Hace que el resto de los estudiantes de entrada no piense, dejan sus cabezas en blanco porque saben que al toque van a responder ustedes, malditos integrantes del elenco estable, que impiden la elaboración, la elucubración, el conflicto en la cabeza de los demás.

Además –ya lo dije antes– no se aprende del acierto, se aprende del error. Y si ustedes nos traen permanentemente el acierto, nos impiden a todos la posibilidad de aprender.

Ahora, el que frente a una pregunta no sabe la respuesta, pero cree, intuye, le parece, le contaron... ese sí debe responder. Esas respuestas que suelen provenir del grupo de los atorrantes que se sientan por el fondo... esas son las respuestas que yo necesito para trabajar.

Y por varios motivos. Primero: esas respuestas suelen ser tan ridículas que el resto de los compañeros se mean de risa, lo cargan, le hacen bulling. Y divertirse y pasarla bien es una de las premisas principales de la docencia tanto para el docente como para el estudiantado.

Segundo: si indagamos un poco no más, encontramos que la respuesta ridícula que nos dio el atorrante aquél, es lo mismo que pensaba Menganito, Fulanita, Perenganito y varios más... que les daba vergüenza decir nada y se quedaron callados y no tuvieron la valentía del atorrante en responder lo que pensaban... y ahora sabemos que estamos frente a un buen material con el que trabajar. Recién ahora podemos hacer el intento de empezar a aprender.

Tercero. Cuando surja esa primera respuesta ridícula en el aula (que ahora sabemos que es la fructífera) hagan este ejercicio:  recorran las caritas de todos los integrantes de curso... siempre van a encontrar una carita femenina que está diciendo “qué valiente, se animó, dijo lo suyo, se bancó las risas, las cargadas, lo mantuvo, será atorrante como dice el profe... pero qué tipo interesante, en el recreo me voy a quedar cerca a ver si me entabla conversación...” Bueno, qué se yo, no se rían... para qué vienen ustedes a la universidad...


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