Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Espectador pasivo
Siempre que un esclarecido de las ciencias de la educación vomitaba sus discursos remanidos me recordaba algo que tenía atragantado y que no alcanzaba a descifrar. Hace poco tiempo, mi amigo y colega Daniel Vaccaro practicó el exorcismo con gran lucidez, y ahora se los puedo contar.
Hay que cambiar el eje de la didáctica -dicen los expertos de la didáctica-: las clases deben dejar de repetir el modelo del docente propalador de discursos y un auditorio de espectadores pasivos, que ya se sabe que es un fracaso. La nueva docencia debe tener educandos activos, verdaderos actores del proceso de construcción del conocimiento... bla, bla, bla...
Siempre me pregunté en qué tipo de clases habían aprendido ellos, pero no quiero irme de tema. Volviendo a la cuestión de mi atragantamiento: qué entienden estos expertos por estudiante activo y estudiante pasivo. ¿Qué pretenden que hagan los jóvenes mientras sus profesores explican un teorema en el pizarrón? No es sensato asociar pasividad a la falta de movimiento en los músculos esqueléticos, o en las cuerdas vocales. Que no los vean moverse no significa que sus ojos y oídos sean agujeros de bolsas vacías. Son personas que viven, sienten, piensan, razonan, sufren, gozan, se aburren, se divierten... y aprenden.
O acaso hay que cambiar el cine porque el espectador es pasivo. Cuántas películas nos resultan inolvidables, y nos dejaron marcas indelebles... aún habiéndolas visto pegados a una butaca sin toser ni pestañear. Cuánto hemos aprendido leyendo libros apasionantes, maravillosos, llenos de sabiduría... o incluso aburridos y de medio pelo. ¿Acaso habrá que proclamar que la lectura no educa porque promueve la pasividad de los lectores?
Si el docente practica una disertación muy monologada no por ello vamos a dictaminarle decrepitud terminal, ni ineficacia didáctica. Si logra captar la atención de su auditorio, si es capaz de generar intrigas, si estructura un mensaje claro, conciso... más aún: si mira a los ojos a sus estudiantes y es capaz de leer sus miradas... Son tantos los recursos que hacen a un buen docente que no se lo puede condenar al destierro del aula porque practique el modelo pupitre-pizarrón.
No es una cuestión de injusticia; insensatez es la palabra.
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