Las lecciones del Maestro Ciruela
La fuerza del motor


Acá otro tema sencillo y difícil; difícil y sencillo: la fuerza del motor. Pongámoslo en un escenario. Pensemos en un auto subiendo por una cuesta a velocidad constante. Jóvenes y adultos, maestros y estudiantes, profesores y albañiles pondrían la firma sobre el diagrama de al lado, que representa las fuerzas que actúan sobre el vehículo mientras sigue ascendiendo, y donde P es el peso del auto, N es la fuerza con que lo sostiene el plano inclinado, R es el rozamiento con el pavimento y F la fuerza que hace el motor.

Sin embargo... el motor no hace fuerza sobre el vehículo. De hecho, ningún cuerpo puede interactuar consigo mismo. Ni un auto, ni usted ni nadie puede moverse por motu propio. Todos necesitamos de un vecino, de otro cuerpo, para poder cambiar nuestra velocidad o para ponernos en movimiento si estábamos quietos (salvo los cohetes y algunos otros objetos muy desprendidos que lo logran a costa de una parte desechable de sus cuerpos). Por eso es que los astronautas salen a hacer su caminata matinal espacial atados a la nave por un cordón de estilo umbilical. Sin este tipo de implemento, solitos y flotando en el espacio, de nada les servirían sus poderosos músculos en brazos y piernas: quedarían bailando la danza de la inercia esperando que los vengan a rescatar.

El diagrama correcto para nuestro autito es el de abajo. En efecto, lo que hace que el auto suba es la fuerza de rozamiento con el pavimento, que lejos de ir en contra del movimiento -como siguen insistiendo ejércitos de profesores-, va a favor del movimiento. Una vez, un estudiante incrédulo me desafió irrespetuosamente de esta manera: "Oiga, Profe, si lo que hace subir al auto es el rozamiento, ¿para qué el fabricante se gastó en ponerle un motor adentro?". Envalentonado por tamaña osadía, aprovechó una distracción mía y arremetió: "Y además, Don, si la fuerza del motor no es la que empuja el auto, ¿por qué no sube con el motor apagado y se ahorra la nafta?".

"Adorable criatura", comencé a explicarle sin perder la compostura, "el motor debe estar prendido y haciendo mucha fuerza porque su cometido es empujar el pavimento hacia atrás. Por su parte, la calzada responderá '¿tú me empujas hacia atrás? Entonces yo te empujo hacia delante'. Pero no es que la calzada sea vengativa: es que no tiene más remedio que obedecer la Tercera Ley de la mecánica, también llamada de Acción y Reacción. Luego, uno se empuja hacia atrás y el otro hacia delante. Pero la calzada es muy dura y masiva como para conmoverse; en cambio el auto no tanto, y termina subiendo", finalicé.

Como se produjo un gran silencio, y sentí que estaba por derrotarlo, continué: "Haga una cosa, jovencito: tapice el pavimento de la pendiente con una gruesa película de grasa, aceite o vaselina; o sea: anule todo rozamiento y luego trate de hacer subir el auto. Ponga primera, ponga segunda, ponga un motor de fórmula uno, ponga lo que quiera, e inténtelo. Y no se confunda, m'hijito, madúrelo largamente: no venga en diciembre, lo espero directamente en marzo".

Nunca olvido mi rol docente. Odio que me consideren intolerante.

Ilustraciones de
Santiago Erausquin
 
 
 
 
  
Artículo publicado en la revista EXACTAmente. Algunos derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización jun-06. Buenos Aires, Argentina.