Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Mente cavernícola
El título de la nota suena horriblemente peyorativo, pero voy a defender que nuestra mente, la de todos los humanos actuales, es básicamente la misma que tenían nuestros antecesores en las cavernas, hace –por decir un momento– 40 mil años.
El argumento principal es el que sigue: si usted acepta que la mente es el producto emergente del cerebro debe aceptar también que este ha sido diseñado por la evolución, por la selección natural. La única alternativa a esta premisa es que el cerebro haya sido diseñado por una voluntad divina pero, obviamente, no es el caso.
Aceptando lo antedicho debemos asumir que los tiempos que la evolución necesita para lograr modificaciones en los órganos biológicos son de miles de años por lo menos. Cientos o miles de generaciones son necesarias para que los cambios se establezcan en una población. Cambios que inexorablemente deben otorgar a sus poseedores ventajas adaptativas y un aumento relativo de su éxito reproductivo.
Hágase esta idea. Hace 6 millones de años todavía existía el ancestro común que compartimos con nuestra especie más cercana, los chimpancés. Hace 100 mil años aparece nuestra especie Homo sapiens sapiens. Apenas hace 10 mil años abandonamos (no completamente) las cavernas y surgen los poblados y ciudades. Y hace 5 mil años aparece la escritura.
Para más detalle, hace 10 mil años comenzaba la domesticación de animales y la agricultura, y nuestras mentes ya eran capaces de realizar obras de arte, pensar qué ocurre después de la muerte, proyectar y manejar tecnología, organizarse socialmente, distribuir el trabajo y decenas de etcéteras más que, por naturales, solemos pasar por alto, como sumar y restar, comunicarnos con un lenguaje gramaticalmente estructurado, y otros.
Cada una de estas habilidades requiere un tiempo de decenas de miles de años para establecerse en una población. Los últimos 10 mil años no son suficientes para generar cambios profundos, o drásticos, o substanciales. Nuestra mente actual es básicamente la misma que tenían nuestros antecesores prehistóricos de aquella época.
Claro, usted me va a decir que en las cavernas no había computadoras ni teléfonos celulares ni redes sociales virtuales ni nada de lo que ahora nuestra mente maneja con notable naturalidad. Y se preguntará cómo es posible que una mente perfectamente adaptada a la vida en las cavernas pueda desenvolverse con tanta naturalidad en este nuevo ambiente de tanta tecnología, tan diferente al mundo ancestral. Bien, lo primero que le contesto es esto: hace 500 años tampoco había nada de la tecnología que hoy nos rodea y sin embargo no cabe absolutamente ninguna duda de que tenemos la misma mente que todos los humanos que nos precedieron en la historia documentada (por ejemplo, desde la invención de la escritura)… piense en Homero, en Aristóteles, en Shakespeare, o en tantos otros que en sus escritos describieron minuciosas introspecciones… que revelan mentes básicamente idénticas a la nuestra.
Lo segundo que le respondo es que la mente de nuestros ancestros cavernícolas ya estaban dotadas de capacidades que, una vez desarrolladas debido a los estímulos del entorno, podían generar múltiples habilidades nuevas, como tocar el piano, escribir poesía, desarrollar teoremas matemáticos, o cualquier otra cosa que a usted se le ocurra que nuestros cerebros hacen en la actualidad y que es impensable que hicieran en las cavernas.
Lo más curioso, fíjese usted, es que aquellas cuestiones fundamentales que nuestros cerebros resolvían hace 10 mil años, las seguimos resolviendo exactamente de la misma manera: elegir con quién compartir la comida y con quién no, buscar pareja, amar, celar, armar una familia, delegar responsabilidades, proteger o protegerse de congéneres, pertenecer a un clan, ser territoriales, cuándo y cómo hacer uso de la fuerza, contabilizar el intercambio de favores, y cientos de habilidades más que tenemos ampliamente documentadas de innumerables formas.
De ninguna manera estoy diciendo que una mentalidad ancestral, por natural que sea, constituya un modelo a seguir, un ideal para reproducir. Una cosa es cómo somos, y otra muy distinta cómo deberíamos ser. Entiéndame bien, no sea cavernícola.
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