Las lecciones del Maestro Ciruela
El lenguaje relativista cultural y posmoderno
Hay textos que a usted le interesa leer y textos que le hacen perder el tiempo. La vida es una sola y su duración corta como para elegir libros al tuntún y desperdiciar esfuerzo en lecturas idiotas.
Cómo elegir... es todo un arte. Los modos más efectivos son atender las referencias que nos brindan los propios libros que nos gustan, y las recomendaciones de los amigos (si me considera un amigo puede fiarse de las que hace mi autor). Pero aún así no alcanza; cada uno posee una necesidad justa, un gusto especial, y una tolerancia específica. Y, tal vez, un misterio.
No me pida que se lo explique porque no sé si tiene lógica, pero en mi caso personal funciona de maravilla. Es lo siguiente: a mí me gustan los textos que dicen cosas importantes, inteligentes, novedosas, imaginativas, desafiantes, provocadoras... y voy siempre en busca de ellos. Y casi siempre ocurre que los libros que contienen esas ideas poseen una prosa clara, lineal, sencilla, fácil de leer a ritmo sostenido. Casi que no falla.
Y por el contrario, los textos con una prosa rebuscada, confusa, tortuosa, llena de cláusulas dentro de cláusulas dentro de cláusulas, con oraciones larguísimas, abarrotada de citas o referencias incomprensibles (aunque con una sintaxis irreprochable) suelen ser vacíos de contenido y no me dejan nada salvo la sensación de estar siendo estafado.
Parece ser que los escritores honestos, que tienen algo importante para contarle, pueden hacerlo en forma clara y directa. (No sé si esto tiene alguna explicación). Y que los charlatanes, en cambio, esconden su falta de ideas en un fárrago gramatical inescrutable, lleno de palabras inexistentes, términos ambiguos y numerosos sinsentidos. (Esto sí la tiene).
En un capítulo formidable de El capellán del diablo, Richard Dawkins denuncia el típico lenguaje posmoderno que ejemplifica con este breve pasaje de Gilles Deleuze:
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