Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Dulces relaciones

La glucosa es la fuente de energía primordial de las células. Es bueno tener una reserva de glucosa, ya que nunca se sabe cuándo va a ser necesario ponerse en movimiento. Resulta paradójico el hecho de que las células realizan un gasto considerable de energía para almacenar la glucosa: se la pasan buena parte de su vida empaquetando y desempaquetando las moléculas de azúcar; las unen una tras otra como collares de perlas formando larguísimas cadenas ramificadas y hechas ovillito que se llaman glucógeno. Este trabajo caro, y aparentemente absurdo, constituye un excelente ejemplo para nuestras clases de Biofísica a la hora de explicar el fenómeno osmótico. Ninguna célula resistiría la presión osmótica de la concentración de glucosa en el espacio plasmático. Por eso es que se ven forzadas a empaquetarla en pequeños e individuales gránulos de glucógeno.

Hay una enzima responsable de este trabajo de empaquetamiento: es la glucógeno-sintetasa. Los estudios sobre esta proteína y uno de sus sustratos, la uridindifosfatoglucosa (UDPG) le valieron a Luis Federico Leloir el premio Nobel de química en 1970. Muy poca gente sabe cuál fue el motivo de tan preciado galardón. Y aún entre aquellos que sí saben, abundan los que no entienden por qué semejante premio sólo por dilucidar los mecanismos de una vía metabólica tan aburrida como los de una polimerización irrelevante (si no fuera por el asunto de la presión osmótica). Lo que ocurre es que pasan por alto el hecho de que esta polimerización es análoga y similar a la de la construcción de las moléculas informacionales, el DNA y el RNA. Por lo que la contribución de Leloir se inscribe de lleno en la revolución biotecnológica que hasta hoy no deja de deslumbrarnos.
Artículo publicado en la revista Fisicartas. Todos los derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización jun-06