Las lecciones del Maestro Ciruela
Inteligencia
En parte me resulta cómico. Una de las cualidades humanas que cierta izquierda académica se afana en ningunear desde hace décadas es la inteligencia. Tal vez uno de sus máximos exponentes haya sido Stephen Jay Gould que en su libro La falsa medida del hombre intentó destruir la idea de que la inteligencia es una cualidad medible y, fundamentalmente, sus instrumentos de medición, entre ellos, el cociente intelectual, CI.
Lo cierto es que la ciencia en serio no se ha dejado amedrentar y la investigación acerca de esta extraordinaria cualidad humana no ha cesado. Hoy sabemos muchas más cosas acerca de la inteligencia y me complace compartir con ustedes algunas de ellas.
El CI es bastante estable en la vida de una persona y predice con muy poco error el éxito profesional y académico del individuo.
En orden de importancia, la inteligencia tiene un marcado componente genético (hereditario), otro componente biológico (nutricional) y apenas uno cultural.
El CI promedio de la población mundial está aumentando a razón de tres puntos por década. Se trata de una observación de un científico neocelandés, James Flynn, y desde que fue verificado se lo llama efecto Flynn. Se cree que se debe a la mejora paulatina del nivel nutricinal durante la infancia.
Las personas más inteligentes son más liberales y las menos inteligentes más conservadoras (por supuesto, estadísticamente hablando, ¡pero déjeme que lo disfrute!).
Existe una fuerte correlación negativa entre inteligencia y religiosidad. Los ateos puntúan unos seis puntos de CI, en promedio, más arriba que los creyentes dogmáticos.
Mire este dato curioso, como para que hoy no pueda dormir: los judíos constituyen menos del uno por ciento de la población mundial, sin embargo han ganado más del veinte por ciento de los Premios Nobel. (Intuyo que mayoritariamente se trata de judíos ateos).
Por último voy a agregar una característica que no está estudiada por la ciencia pero que cosecho de mi experiencia propia. Yo soy un tipo medianamente inteligente, tal vez un poco arriba de la media, no mucho. Pero lo suficiente para notar una curiosa diferencia: la gente inteligente percibe claramente la inteligencia de los demás, tan claramente como se percibe el color del cabello. Los no agraciados con esta cualidad no lo perciben.
Me muevo en un ambiente pequeño (la Facultad de Ciencias) en la que la mayoría es más inteligente que yo. Y me resulta muy estimulante, aunque a veces un poco estresante.
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