Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Una lección inolvidable
–Holá... Sí, soy yo... ¿Quéee? Ah... sí... soy yo, sí... Mucho gusto... ¿Cómo? Repitamé, por favor, que me parece que le entendí mal... Ahhh... sí, no... claro... sí... por supuesto... Sí, puede ser los martes. No, no... perdón, prefiero el del jueves... ¿Qué horario me dijo?... Oooo kei... sí, ése prefiero... Sí. Ahí estaré. ¿Es la primera clase? Bien. Sí, ahí estaré. ¿Usted va a estar? Bueno, sí, vos. Se nota que sos una persona joven. Ah.. bueno, no importa, ya lo conoceré... ya te conoceré en otra oportunidad... Muchísimas gracias. Sí, sí... jueves, turno noche... Chau, chau... gracias nuevamente. Ch...
Noté la mirada de mi esposa en la nuca. Me di vuelta y efectivamente: me estaba mirando, fijamente, callada, con atención. Nos miramos largo y sostenido. Con gesto incrédulo, sorprendido. Se lo expliqué... aunque no hacía falta. Tal vez sólo se tratase de la necesidad que yo mismo tenía de ponerlo en palabras, de decírmelo a mí mismo, lentamente, revisando la lógica, la verosimilitud del llamado.
–No lo conozco –expliqué–. Me dijo el nombre pero ya me olvidé. Era un auxiliar de la materia en la que me inscribí. Un JTP, creo que dijo, que le encargaron que se ocupe un poco de las cuestiones administrativas internas. Quería que yo eligiera el turno de laboratorio en el que quería cursar, para ir cerrando las listas.
–Debe ser una materia de veinte estudiantes...
–Es la materia más numerosa de toda la Facultad.
–¿Es esa del doctor Kornblihtt?
–Esa. Debe tener 700 inscriptos, como mínimo... le sobran estudiantes. ¿Te acordás que me inscribí fuera de término? ¿Que no pude ir el día de la inscripción...? Bueno, parece ser que la elección de turnos de laboratorio era ese mismo día...
–¿Y por qué creés que te vas a acordar de esto toda tu vida?
–Nooo, pará... vos no dijiste eso en aquel momento... cómo ibas a saber que yo no iba a olvidarlo nunca... Me parece que en esta lección se me están mezclando los tiempos.
–Es el Alzheimer...
–No te hagas la viva que eso fue hace 23 años y yo ya no estoy más casado con vos.
–Si soy yo, tarado. Y no sé qué tenés que poner a tu ex en esta historia. Contá por qué te acordás tanto de ese llamado, y cortala de una vez.
–Ok... sos una dulce... Es que aquel llamado me marcó. Ese pequeño gesto, ese detalle. Llamarme por teléfono para que yo me inscriba en un turno de laboratorio. Cualquier otro hubiera pensado (y actuado) "dejalo... seguro que no dura ni dos semanas...", lo que probablemente hubiera ocurrido, en una especie de profecía autocumplida. La universidad –y la sociedad– es un mundo expulsivo de seres anónimos, de números, de burocracia, de insolidaridad, de desorganización. Y estos tipos se tomaron su tiempo y sus pulsos telefónicos (porque a esta hora no te pensarás que me llamaron desde una oficina) para que un perfecto desconocido, un perfecto idiota como yo que no se inscribió el día que estaba anunciado, haga su elección tardía del turno en el que prefiero concurrir... Te aseguro que por primera vez en ese mar de gente anónima me hicieron sentir persona...
–Dale... no exageres... cuántas cosas resolvemos hoy por mail, o por internet...
–Ya te digo... este recuerdo tiene 23 años, y allá no había internet ni estabas vos, ni ahora soy aquel estudiante. Ahora soy este docente que soy... que agradece aquel llamado, mejor dicho aquella lección primera (de varios centenares) que me dio Alberto Kornblihtt –y su auxiliar– y que muchos de mis actuales colegas se ve que no recibieron o se negaron a incorporar... porque siguen haciendo ir y venir a los estudiantes, de aquí para allá, la inscripción, la nota, la revisión, la consulta... como si fueran números, como si fueran ganado. Cuando con un llamado telefónico –o con un simple e-mail colectivo o individual– podés resolver evitando un viaje, una espera, una amansadora, sin manoseo, con la amabilidad y el respeto que simplemente por ser personas se merecen.
–Bien podrías haber contado todo esto sin tener que mencionar a esa bruja.
–¿Kornblihtt una bruja? |