Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Idoneidad
Recuerdo a dos profesores de música que tuve hace mucho tiempo. El primero nos enseñaba solfeo: do, mi, do, sol... fa, re, si, si, si, siiiii... do, re, do. Obviamente, moviendo la mano como crucificando la alegría y diciendo las notas en un tono monocorde, atonal, como para convencer a un sordo. El segundo era un músico que hacía una suplencia: todo fiesta, todo música. Va de suyo que del primero no aprendí nada y padecí todo. Y del segundo recuerdo que esperaba la hora de música con mucha ansiedad porque mientras cantábamos me enamoraba cada vez más de mi compañerita de adelante.
Pero visto a la distancia creo que puedo agregar un análisis más profundo: el primero no era idóneo, no porque fuera mal docente; no lo era porque no entendía la música, no sabía qué es la música. Y el segundo sí era idóneo, pero no porque fuera un buen docente sino porque llevaba la música en la sangre. Claro que podría no haber sido idóneo por tratarse de un mal docente... aunque ya se dan cuenta de que no era el caso.
Esa vivencia la puedo trasladar a la enseñanza de cualquier materia, de cualquier contenido, de cualquier tópico. Un docente que no sea un buen lector no puede enseñar lengua ni literatura; un docente que no ejerza su ciudadanía con responsabilidad no puede enseñar educación cívica; un docente que como mínimo no se aficione a la lectura de divulgación científica, no puede enseñar ninguna ciencia. No serían idóneos.
Para ser docente -también va de suyo- no hace falta ser especialista en las materias que se enseñen, pero sí se debe conocerlas, entenderlas, practicarlas y -sobre todo- disfrutarlas. Es mentira que se puede enseñar algo que se desconoce, simplemente ayudando a un grupo de estudiantes a transitar un camino de aprendizaje. Y menos que menos ayudar a construir un conocimiento (pretensión ridícula de algunos adeptos al constructivismo).
El solfeo tiene tanto que ver con la música, como el recitado de las fases de la mitosis con la biología. Para ser idóneo en cualquier materia hay que estudiar, prepararse, curiosearla, investigarla.
Es una pena que para nuestro magisterio exista una oferta tan generosa de cursos de enseñanza, de didáctica y de modalidades de la educación, y tan somera de actualización o profundización de contenidos. Hay una cruda realidad: no se puede enseñar lo que no se conoce de verdad, lo que no se ama.
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