Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Elogio del humorismo

Hay profesores serios, otros no tan serios, otros más relajados, y algunos francamente humoristas. Los estudiantes prefieren por lejos a los del último grupo. Pero para muchos colegas abonar esa preferencia es un gesto de obsecuencia, de demagogia. Ser preferidos por los estudiantes, ser docentes "populares", no suele estar bien visto por cierto reducto profesional. Para ellos -entre otras cosas- el conocimiento es una cosa seria, la educación es una cosa seria, incompatible con el chiste, la humorada. Discrepo con ellos.

Primero les digo que el buen humor genera un clima distendido en el cual el aprendizaje fluye más libremente. Por el contrario: la seriedad, la gravedad, la formalidad discurren peligrosamente cercanos al acartonamiento que atraganta al estudiante más dócil, al más poroso.

Por otro lado, mi experiencia como estudiante me indica que el docente que puede hablar con buen humor, chistes e ironías sobre los asuntos que enseña lo hace porque es un buen conocedor de esos asuntos. Un diálogo jocoso con los estudiantes apela a cierta inteligencia: nadie se ríe de aquello que no entiende.

Finalmente, y para hablar del extremo opuesto, debo denunciar que no pocas veces la gravedad se impone para enmascarar la superficialidad o la franca ignorancia. No me malinterprete: nada de lo dicho hace inferir que el docente reservado, circunspecto, ese al que no se le escapa ni una mueca de sonrisa, deba ser superficial o ignorante, ni siquiera que sepa menos que el bromista. Lo más probable es que sea así porque es así, con total independencia de sus saberes.

Pero si usted es capaz de generar un clima relajado, dar rienda suelta a sus ocurrencias y comunicarse con sus estudiantes en ese nivel superior del entendimiento que es el humor, encontrará sin dudas que el vínculo se hace estrecho y que enseñar es más fácil.

 
 
   
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