Las lecciones del Maestro Ciruela
¡Eureka!

Según cuenta la leyenda el rey Hierón II recurrió a Arquímedes pues sospechaba que había sido estafado por el orfebre al que le había encargado una corona de oro. La sospecha radicaba en que parte del oro hubiese sido reemplazado por plata. Descubrir la estafa no era tarea sencilla, pues al rey le gustaba la corona y no quería que se estropease. Al parecer Arquímedes ideó la forma de determinar la densidad de la corona -y descubrir la estafa- al ingresar en la tina para disfrutar de un baño de inmersión. Su cuerpo, como el de cualquier otro mortal, desplazó un volumen equivalente de agua que, al parecer, rebasó la bañera. Su excitación fue tan grande que salió corriendo por las calles de Siracusa al grito de ¡Eureka, eureka! -que en español antiguo significa algo así como ¡tinta negra, tinta negra!- sin reparar en que corría desnudo.

Independientemente de que parece tratarse de una leyenda apócrifa, me parece un poco pobre. Molesta que muchos profesores de Física un poco incautos -¡y muchos libros de Física! (eso es aún peor)- presentan esta fábula como ilustración del Principio de Arquímedes... del cual no dice nada absolutamente. El famoso principio no aparece en esta historia ni en una pizca, ni de oro, ni de plata, ni de agua, ni de tinta.

Pese a que es muy vistosa por el final, la fábula sólo ilustra el descubrimiento de la determinación de volúmenes por el método de desplazamiento: si un cuerpo se sumerge totalmente en un líquido desplaza un volumen de líquido igual al volumen propio. Hace 2400 años, este descubrimiento podía poner feliz a cualquiera... pero no es el Principio de Arquímedes. Si se excitó tanto al descubrir este método de medir volúmenes no alcanzo a imaginarme cómo habrá festejado al descubrir el principio que lleva su nombre.

Según parece, al determinar el volumen (y conociendo la masa) Arquímedes pudo medir la densidad de la corona -que resultó ser menor que la del oro- y así desenmascarar al orfebre que fue decapitado al día siguiente. Habrá que suponer que hubo confesión y restitución de oro, pues no se cuenta.

Por otro lado no alcanzo a entender por qué Hierón II sospechó que la substitución de material se haría con plata, y no con cualquier otro material (incluso más barato que la plata). Mis conocimientos de orfebrería helénica no son suficientemente idóneos para despejar esta duda, y espero no descubrirla mientras me bañe.

Pero incluso pienso que el orfebre podía ser no sólo honesto sino también práctico y creativo, al fabricar una corona de oro hueca, mucho más voluminosa, vistosa y ornamental... y sin substraer un solo y miserable gramo de oro al desconfiado monarca, con el único costo -claro está- de disminuir la densidad de la corona, algo que nadie más que el rey podía notar (eso si tuviera mucha sensibilidad en el cuero cabelludo).

Por último, aun cuando parte de esta historia fuese cierta, en vida de Arquímedes no había instrumentos necesarios para medir con suficiente precisión el líquido desplazado por una corona. O sea, esta leyenda se hace agua por todos lados, no logra mantenerse a flote por más Arquímedes que la empuje hacia arriba. Prefiero suponer que tal orfebre no fue degollado y cargo con un muerto menos en mi conciencia humana.

 
   
Algunos derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización jun-11. Buenos Aires, Argentina.