Las enseñanzas del Maestro Ciruela
ESTUDIANTES PROFESORES
Tal vez usted piense que un profesor dando clase está enseñando... o al menos lo intenta... pero en verdad está aprendiendo. De ningún otro modo se aprende tanto como tratando de enseñar.
Seguro que usted fue estudiante y concurrió a varios cursos. Ahí se escucha, se practica, se lee, se estudia... se rinde un examen y se aprueba. Ahora... si usted le quiere explicar lo aprendido a un nuevo estudiante, la cosa cambia totalmente.
Al ponerse a explicarle a otro encuentra que lo que había aprendido no era como lo pensaba, que lo leído tenía muchos más sentidos, que lo practicado se hacía de otra forma, se empezaba por otro lado... y que lo poco que sabía no podía explicarlo.
Cuando uno se propone enseñar algo emprende una reelaboración de ideas, de conceptos, de planteos... y todavía más: cuando lo transmite, van cayendo las fichas que exigen los reajustes, que indican los caminos del verdadero conocimiento.
Las preguntas que surgen de su auditorio (más las caras de entendimiento, o de confusión, o de aprobación, o de desesperanza) van cocinando lentamente el saber que hasta entonces estaba ausente. Recién después de dar una misma clase tres o cuatro veces... recién entonces usted es capaz de explicárselo a su abuela.
Por eso yo siempre fomento que los estudiantes trabajen en grupos, se expliquen entre sí, hagan ejercicios en el frente mientras el resto pregunta sin concesiones. Por eso también recomiendo a mis estudiantes que si quieren aprender en serio no desprecien la posibilidad de una ayudantía, o de cualquier trabajo docente, por modesto que sea. Por eso abono la idea, también, de que la investigación científica no debe estar desvinculada de la docencia.
Por otro lado, no se vaya a creer que mientras los chicos se explican entre ellos zarandeando ese formidable crisol de la sapiencia, yo no aprovecho para descansar como corresponde. Que podré ser un maestro ciruela, pero no por eso voy a ser tonto.
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