Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Energía para mi abuela


Fui testigo de innumerables debates sobre la calidad docente. En muchos se enarbolaba la superioridad docente de los científicos investigadores sobre la de los profesores de carreras docentes, o sea, de los profesorados. Yo no estoy de acuerdo. Son preconceptos.

En mi humilde opinión, y a juzgar por mi vasta experiencia, la calidad docente no se obtiene en un curso de didáctica ni menos que menos en un profesorado. Pero tampoco en el laboratorio ni en el trabajo de campo. Para ser buen docente hay que tener un don especial, técnicamente llamado don docente. A veces se nace con él, a veces se adquiere... vaya uno a saber. Pero se tiene o no se tiene, independientemente de los pergaminos que uno muestre. Creo que a lo largo de mi vida de estudiante tuve tantos profesores de carreras docentes buenos como malos. Y lo mismo con mis profesores científicos investigadores: de algunos me he nutrido intensamente y he disfrutado sus clases. Y a otros los padecí intensamente retorciéndome de bronca en el asiento; pero soportaba sus monsergas aguardando una frase al pasar, una broma, un comentario, un vocablo sutil pero revelador de un saber fundamental que el científico tuviera. Eso era todo. Después me iba.

Ahora, para armar un plantel docente sin haber conocido a cada uno personalmente y por anticipado, elegiría siempre científicos investigadores. Por qué, me preguntarán ustedes. En parte ya lo dije, y es que encuentro una diferencia fundamental entre ambos grupos: entre los investigadores es más frecuente hallar esos que están tan familiarizados con su disciplina, tan cómodos en su ciencia, tan de entrecasa, que hablan de ella en un lenguaje desacartonado, desprovisto de tecnicismos innecesarios, directo, crudo, brutal, esencial. Recuerden esa frase que se atribuye a Einstein: "Usted no entendió realmente un tema hasta que no es capaz de explicárselo a su abuela". No se llega a eso sin un conocimiento profundo y visceral de la materia, y eso sí es más frecuente entre los que hacen ciencia que entre los que la leen.

Se cuenta que Richard Feynman dictaba sus clases en el Instituto Tecnológico de California del mismo modo en que hablaba con sus amigos. Tenía un estilo tremendamente simple y directo de hablar: un estilo popular, que es la lengua de los grandes científicos, transmitiendo un desprecio por la pretensión, desdeñando la jerga y deleitándose en el sentido común. Sólo un genio de esa talla, en un curso universitario, era capaz de decir sobre la energía: "no sabemos lo que es", mientras ejércitos de profesores de Física perfeccionan eruditas definiciones... cada una más tenebrosa que la otra. Me lo hizo notar una vez un estudiante mío, después de escuchar mi propio enunciado: "energía -defino yo en mis clases- es la parte divertida del universo. Arréglense con eso por ahora. Que alcanza".


Artículo publicado en la revista EXACTAmente. Algunos derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización jun-06. Buenos Aires, Argentina.
Ilustración de Santiago Erausquin