Las enseñanzas del Maestro Ciruela
DISCREPANCIAS
Discrepar con el docente es un acto memorable, un lujo. Claro, depende mucho de de qué docente se trate: recuerdo que a mi maestro de cuarto grado le discutí que las estaciones no se producen por la forma elíptica de la trayectoria de la Tierra sino por la inclinación de su eje. El tipo se enojó mucho conmigo y al día siguiente tuvo que ir mi padre a la escuela para aplacar los ánimos. A la de quinto grado le expliqué cómo trazar triángulos equiláteros porque ella pretendía que los trazásemos como isósceles con una altura igual a un lado. A la maestra de sexto le discutí que las fracciones discontinuas eran tan fracciones como las continuas (también tuvo que concurrir mi viejo; verán: yo ya de niño era un tipo jodido). Y a la de séptimo que los pingüinos eran aves, y no mamíferos ni peces.
Pero discrepar con docentes formados, ilustres o eminencias, verdaderos Maestros, es un hecho rayano con la apoteosis. Con mi admirado amigo y maestro de maestros, el doctor Mario Bunge, sostuve una discusión sobre la concordancia entre la física clásica y el sentido común que terminó en empate. Mi orgullo, sólo por sostener esa discusión con él, sólo fue comparable con recibir el Nobel.
Yo aliento a mis estudiantes cuando intentan discrepar conmigo. Y aconsejo a mis colegas a alentar los debates de donde surgen naturalmente las discrepancias. La discusión que se produce cuando el contrariado es el docente le agrega un plus a la clase capaz de despertar hasta al alumno más apático. Los que dormían se despiertan y los enamorados portergan sus obsesiones por un rato. Aunque queden algunos que permanezcan al margen, la tensión y la adrenalina aumentan, la atención otro tanto, y el aprendizaje que se logra es mucho más efectivo y duradero que el del discurso plano, por claro y didáctico que lo suponga.
No pocas veces tiro al ruedo cosas al vesre para lanzar un anzuelo. Pero cuando el discrepante hace su aparición estando el docente desprevenido es cuando las discusiones -por espontáneas- se hacen más jugosas. En esos casos, mi amigo, no sufra: alégrese. Ponga toda su habilidad y sapiencia en ganar la partida de manera aplastante. No tenga miramientos. Por supuesto: sea sincero, no mienta ni engañe. Si el asunto se pone muy caliente haga un paréntesis para pasar en limpio la discusión y sumar participantes. Luego arremeta. Si gana la partida, tanto mejor… si la empata má mejor… y si la pierde no se apene: ¡mucho más mejor! Porque no sólo sus estudiantes habrán disfrutado de un aprendizaje duradero, sino que usted también habrá aprendido algo nuevo y volverá a sentirse joven.
Y de paso, colega, ya sabrá con quién vengarse todas sus frustraciones desde ese día hasta la eternidad.
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