Las lecciones del Maestro Ciruela
Clases de consultas

En la enseñanza universitaria está bastante institucionalizada, felizmente, la clase de consulta. En esas clases el docente (o mejor aún los docentes, cuando hay más de uno) se sienta junto a los estudiantes en grupos individuales o de a dos o -a lo sumo- de a tres, para escuchar sus consultas y aclarar las dudas.

Sería grandioso poder exportar esta costumbre a la enseñanza secundaria. Esa instancia individual -o casi individual- es la que el estudiante necesita para catalizar un montón de aprendizajes; es el encuentro personalizado en el que el docente tiene la oportunidad de detectar la dificultad particular de cada alumno y obrar en consecuencia. Es donde el ida y vuelta de la enseñanza-aprendizaje se hace más intenso y fructífero.

Ahora bien... para que la clase de consultas sea rendidora usted debe repartir su tiempo, colega, lo más democráticamente posible. Si se dedica mucho a algunas consultas y casi nada a otras, puede estar malogrando la clase para muchos. Más aún: tiene que intentar que todos sus estudiantes consulten. No es fácil. El principal escollo radica es esos estudiantes que no se animan a preguntar porque no quieren revelar que saben poco, o que no estudiaron, o simplemente son muy vergonzosos, o se sienten unas bestias peludas.

En el reparto democrático, trate de sentarse en algún momento junto a ése que hasta ahora no hizo ninguna consulta. Mire qué está haciendo, propóngale un ejercicio, pregúntele qué tema le resultó más difícil. Busque usted romper el hielo.

Yo a veces me siento junto a un estudiante y le pregunto: ¿cuánto pensás que te vas a sacar en el examen? Cualquier charla que se deriva de esa pregunta es apta para encontrar las ayudas personalizadas que se requieren.

Obviamente, usted sabe que yo soy tramposo, rencoroso y hasta sádico... no lo dude: detectando los puntos flojos de mis estudiantes elijo con más precisión las preguntas malditas de los exámenes.