Las lecciones del Maestro Ciruela
Cientificismo, esa mala palabra
La mayoría de los mortales utilizan el término cientificismo con una carga peyorativa inquietante. En las escuelas, en especial, esa mayoría se amplía de modo alarmante. Se trata lisa y llanamente de un triunfo del oscurantismo. La carga tiene su argumento: ser cientificista sería algo así como no tener corazón. Como negar el costado humano del conocimiento, como despreciar el espíritu, como creer que la vida es un mecanismo de relojería sin espacio para la moral, los sentimientos, el amor, la pasión, la solidaridad, la inspiración, el arte, el fútbol y el tango. Cientificismo viene a ser una vuelta más de la tuerca del materialismo más rancio.
Para colmo de males en la Argentina hubo un físico, Oscar Varsavsky, que utilizó el término para designar a los científicos que desatienden los efectos indeseables de su labor, por ejemplo la construcción de armamentos o la contaminación del planeta. Al toque publicaron su definición en el Billiken, y la adoptó la escuela. Es triste.
Ser cientificista no es otra cosa que ser adepto a la ciencia, tener confianza en sus principios y métodos, defender la ciencia frente a otros métodos supuestos de generar conocimiento… invariablemente indemostrable, fatídicamente falso.
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