"A ver, mis pichones -prosiga ante las miradas incrédulas-... ¿cuánto mide de alto la atmósfera?" No se espante... pero los jóvenes no tienen ni la más remota idea. Entonces vaya de a poco, no los asuste, explíqueles que si se van al altiplano es probable que se sientan extraños porque ahí arriba, a 5.000 metros de altura, sus cuerpos no acostumbrados se van a empezar a quejar de que no tienen todo el aire que necesitan. Si quieren subir al Aconcagua es tremendamente difícil hacerlo sin llevar un cacho de atmósfera envasada... a 7.000 metros queda tan poco aire que la vida se hace cuesta pa'rriba. A 11.000 metros se alcanza el "techo" para los aviones: hay tan poco, pero tan poco de atmósfera que las alas de los aviones se quedan sin nada de donde agarrarse y ya más arriba no pueden trepar. A 20.000 metros de altura los instrumentos corrientes no detectan presencia de aire, pero convengamos: que no detecten no quiere decir que no haya. A 40.000 metros (para ser generosos) hay que ser un experto para encontrar una molécula de aire que ande por ahí medio extraviada.
Convengamos que la atmósfera no tiene un límite preciso, pero podemos asegurar con tranquilidad que a 40.000 metros no queda nada de aire y el error que cometemos al afirmar eso es menor que el 0,000001 %.
Ahora bien, en el tamaño de nuestros esquemas, una atmósfera de 40 kilómetros y una Tierra de 12.800 kilómetros de diámetro son imposibles de representar a escala. El grosor del lápiz (por más finita que sea su punta) será siempre mayor que el grosor de la atmósfera.
Vayan, chicos -remate-, tienen mi permiso para recorrer las bibliotecas, buscar los esquemas de tipo A con atmósferas obesas e irreales que aparecen en los textos, y corregirlos, o insertar abajo una leyenda que diga: "esquema fuera de escala". Nuestra atmósfera es, apenas, una delgadísima cáscara gaseosa... y delicada, que tenemos que cuidar.
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