Las lecciones del Maestro Ciruela
Ingenieros ignorantes

Es preocupante la ingenuidad -o la ignorancia- de los ingenieros en telecomunicaciones. Resulta que le hacen gastar millonadas a las empresas telefónicas sin motivo alguno, en levantar antenitas por todas partes.

Cada una de esas antenas, de más de 50 metros de alto, cuesta un fangote de guita. Ni hablar del costo de funcionamiento y mantenimiento. ¡Y no sirven para nada! ¡Los ingenieros las hacen poner de puros vagos, por no actualizarse!

Esta gente tan falta de estudio no se ha enterado que se cayó la monumental conspiración global que durante 22 siglos nos hizo creer, arteramente, que la Tierra era redonda. Al fin somos libres y confirmamos lo que cualquiera puede corroborar: la Tierra es plana.

Reflexioné en este asunto viajando en auto por el desierto y observando que -en promedio- las antenas se hallaban separadas unos 40 kilómetros. O sea, cada 40 kilómetros había una antena de éstas retrasmitiendo la información de telefonía celular e internet de una a otra.

Ellos saben muy bien, y en eso les doy la razón, que las ondas de radio viajan -como la luz- en línea recta. De modo que para sortear la curvatura de la superficie terreste -tal como se lo creen ellos- deben colocar antenas en forma espaciada. También podrían fabricar antenas varias veces más altas, pero el costo se eleva exponencialmente. Así que con esa altura y esa distancia entre una y otra las cuentas les cierran.

 
Esquema fuera de escala. En una supuesta Tierra esférica dos antenas (segmentos en gris) separadas 40 kilómetros sobre una planicie y con 50 metros de altura logran pasarse una onda rectilínea sin interferencia.  
   

Si hacen esta sencillísima cuenta (alcanza con conocer el Teorema de Pitágoras) verán que 50 metros y 40 kilómetros es una configuración adecuada para que la onda viaje sin acercarse mucho a la superficie (unos 6 o 8 metros) y no sufrir àtenuación o interferencia.

Otro modo de sortear distancias enormes es retrasmitir con un satélite geoestacionario. Dicen que la Argentina colocó en el espacio dos de esos formidables artefactos, ARSAT 1 y ARSAT 2. Pero lógicamente, debe tratarse de otra mentira concomitante con la conspiración mundial iniciada por Eratóstenes.

Tampoco se comprende que entre los cientos de empresarios de las telecomunicaciones no haya ni uno solo inteligente que se haya avivado y se haga recontra-multi-millonario ahorrándose la guita de estas inútiles antenitas.

Así estamos.

 

   
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