Las lecciones del Maestro Ciruela
Coreutas afinados
Los integrantes de un coro se enfrentan con un problema constante: deben cantar afinados pero no es fácil controlar la propia afinación si al lado suyo hay otro coreuta cantando con los bofes afuera y para colmo sin certificado IRAM de afinación.
Una posibilidad es aumentar el propio volumen para que la propia voz destaque del conjunto y así poder decidir si estamos dando en la tecla o pifiando. Pero tal acción es arriesgada, porque el director pretende que el coro suene homogéneo y si además justo estamos desafinando el resultado puede ser bochornoso.
Algunos directores de coro –en coros experimentados– suelen mezclar los grupos de cuerdas para que los vecinos no se tapen ni compitan ni se utilicen de patrones afinados. Pero esta maniobra coreográfica termina anulando el efecto estereofónico -o sea, que cada voz provenga de un lugar diferente- que suele ser tan apreciada para el público.
Otra solución al problema consiste en taparse momentáneamente un oído con el dedo. Así el canto de los vecinos se amortigua y el propio llega a los huesitos del oído a través de los robustos huesos del cráneo, resonando armónicamente en los senos nasales y paranasales, y alcanzando nuestro sentido de la audición con exquisita fineza. Pero taparse un oído –aunque sea un par de segundos– es algo que debemos reservar para el estudio de grabación… hacerlo durante el concierto es una grasada.
Existe una solución muy sencilla, práctica y de fácil aplicación. Consiste en abrir las trompas de Eustaquio. Resulta que nuestros oídos medio (donde residen los tres huesecillos) están conectados por unas mangueritas con las vías aéreas superiores o sea, la garganta. Ese es el motivo por el que cada infección laríngea degenera, a la semana, en una horrenda otitis, y es lo que dio lugar a la existencia de los otorrinolaringólogos, médicos especialistas en dos órganos que, aparentemente, no tenían nada en común. Resulta que habitualmente las mangueritas están obliteradas, aplastadas, y sólo muy de vez en cuando se abren y dejan pasar aire de un lado a otro igualando las presiones a ambos lados del tímpano permitiendo que se relaje. La cuestión es que con las trompas abiertas las cuerdas vocales le cantan a nuestro oído casi como si estuvieran adentro del cerebro, a un volumen muy superior al que las escuchamos cuando el sonido viaja por afuera como lo hace siempre.
Basta, entonces, con aprender a abrir esos conductos a voluntad. Hay gente que lo logra naturalmente, pero si no, se aprende de manera sencilla. Hay que hacerlo de noche y en soledad. Hay que producir este sonido: mmmmmmmmmmm, bocaquiusa, y mientras producimos el sonido movemos la mandíbula para un lado y otro como si estuviésemos masticando un chicle muy agrio y tragando saliva de vez en cuando. Durante ese canto tan íntimo percibiremos que el volumen del sonido cambia abruptamente entre tres niveles que se corresponden a las dos trompas cerradas, una cerrada la otra abierta y las dos abiertas, el máximo volumen. Volumen de sonido que no pueden equiparar nuestros compañeros de coro situados junto a nosotros. Abrir las trompas de Eustaquio es la mejor manera de controlar la afinación propia, y todos contentos.
Hay directores de coro que conocen la técnica y la enseñan a sus coreutas. Y otros no… pero yo siempre lo digo: se puede vivir sin ciencia, simplemente se es menos feliz, que no es poco.
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