Las enseñanzas del Maestro Ciruela
Cuestión afectuosa


Tuve grandes maestros. Una de las cosas que más recuerdo de ellos es el estímulo que me brindaron al elogiar mis preguntas: "Excelente su pregunta, Don Ciruela", "Su pregunta es muy sabia"... etc. Reconozcamos que la mayoría de las veces mis preguntas eran reverendas estupideces. Pero no importaba; cuanto mejor era mi docente mejor sabía rescatar de mi intervención algún aspecto verdaderamente didáctico.

Tampoco faltaba aquel profesor que durante el discurso se autofabricaba la pregunta (que la dejaba picando en el área chica para que alguno que estuviera despierto la empujase a la red). "Pero qué ingeniosa cuestión nos plantea, Ciruelita", me contestaba hipócritamente el troesma. De todos modos yo quedaba tan ancho que no cabía en el pupitre. Al terminar la hora venían mis compañeros a felicitarme y pedirme más detalles de la cuestión.

A veces mis maestros más sabios también se equivocaban... ah, qué placer era descubrir esos errores y plantearlos en la clase... cómo me enseñaban. De noche, reconstruyendo mi acto de heroísmo, entraba en la sospecha de que el error hubiese sido adrede. Sin embargo, lo que perduraba en el tiempo era la grandeza del docente alabando que yo lo hubiese corregido.

No sé si estarían orgullosos de mí, de lo que yo hice con el estímulo que me brindaron. Pero de lo que no me cabe duda es que los recuerdo no sólo por su espíritu de generosidad, sino porque me dejaron profundas enseñanzas, por la efectividad de su mensaje (¿afectividad dije?).

 
 
   
Artículo publicado en la revista EXACTAmente. Algunos derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización jun-06. Buenos Aires, Argentina.