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Las lecciones del Maestro Ciruela
La ignorancia puede ser bella
A veces hacemos una pregunta en el aula, una pregunta grupal o individual, pero la pregunta era retórica y quedamos sorprendidos al darnos cuenta de que los pibes ignoran la respuesta. Esa ignorancia muchas veces nos toma por sorpresa.
Tengo colegas a los cuales las burradas de los alumnos los aturden, les molestan, y hasta los indignan. Deberían tomarlo de otro modo… y por dos motivos.
El primero es obvio: el estudiante se percatará inmediatamente de su incomodidad y generará espontáneamente un germen de rechazo difícil de remontar.
El segundo no es tan obvio: los docentes deberíamos encontrar en esas muestras de ignorancia una historia épica, evolutiva, bella, que es sólo el comienzo de una proeza intelectual. Los disparates de las respuestas, además de tener su encanto, encierran un mundo maravilloso para explorar e imaginar. Los docentes debemos sentirnos estimulados frente a esos hallazgos y tomar conciencia de que seremos artífices (aunque sea en una pequeña medida) de una epopeya del conocimiento. Basta para ello pensar en cuántos de esos estudiantes -que ahora dicen burradas o callan avergonzados- alcanzarán a superarnos en tantas ramas del conocimiento en los que nosotros somos perfectos ignorantes, y hasta en la propia asignatura que nos tocó en suerte.
La ignorancia tiene muy bellas aristas en las que los docentes pueden solazarse para, recién más tarde, hincar el cincel.
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