| Las lecciones del Maestro CiruelaLa ignorancia es bella
  Los romanos construyeron decenas o cientos de acueductos  cuya belleza arquitectónica no deja de deslumbrar a cualquier visitante. Esas  obras monumentales, extraordinarias, no dejan de reflejar la ignorancia básica  que los romanos poseían acerca de la conducción de agua. En lugar de construir  esos puentes fenomenales de suave (casi imperceptible) pendiente, podrían haber  entubado la corriente y soterrarla o simplemente apoyarla sobre el terreno,  subiendo y bajando sin detenerse. Es cierto que los problemas de alta presión  en las zonas bajas de la corriente habrían generado complicaciones de fugas y sellados,  que sin duda habrían podido resolver y a un costo muy inferior al de los  grandiosos acueductos.  Su ignorancia, vista desde hoy, nos cae simpática y hasta no  dejamos de agradecerla cuando admiramos esas obras magníficas. El asunto no  sólo se relaciona con la proeza constructiva sino con la proeza del  conocimiento.  En el aula, con la ignorancia de los estudiantes, debería pasar  algo similar. Tengo colegas a los cuales  las burradas de los alumnos los aturden, les molestan, y hasta los indignan. Deberían  tomarlo de otro modo… y por dos motivos. El primero es obvio: el estudiante se  percatará inmediatamente de su incomodidad y generará espontáneamente un germen  de rechazo difícil de remontar. El segundo no es tan obvio: los docentes  deberíamos encontrar en esas muestras de ignorancia una historia épica,  evolutiva, bella, que es sólo el comienzo de una proeza intelectual. Los  disparates, además de tener su encanto, encierran un mundo maravilloso para explorar e imaginar. Los docentes debemos sentirnos estimulados frente a esos hallazgos y  tomar conciencia de que seremos artífices (aunque sea en una pequeña medida) de  una epopeya del conocimiento. Basta para ello pensar en cuántos de esos estudiantes  -que ahora dicen burradas- alcanzarán a superarnos en tantas ramas del  conocimiento en los que nosotros somos perfectos ignorantes, y hasta en la  propia asignatura que nos tocó en suerte.  La ignorancia tiene muy bellas aristas en las que los  docentes pueden solazarse para, recién más tarde, hincar el cincel.   |