Tonterías
Posoperatorio
El posoperatorio se complicó un poco, había mucho dolor y los glóbulos rojos no aumentaban. Había perdido mucha sangre. La morfina hacía lo que podía. El peor fue el segundo día, en el que estar en el hospital parecía una condena a perpetua.
Se apareció por la noche y la reconocí de inmediato. No dijo palabra, se limitó a contemplarme, como si me estudiara. Largo rato estuvimos mirándonos fijamente y a los ojos sin decirnos palabra. En dos momentos noté en ella unas muecas de contrariedad. La primera: le molestó que no le tuviera miedo. Al rato la otra: le inquietó que yo guardase importantes cosas que hacer en la vida.
Entonces acepté el reto como quien encara una mano de truco sin mucha carta. Pero al rato se fue sin decir nada. Fue ella que se dio cuenta de que yo tenía un as de espadas. Ocurrió cuando mi hijo mayor, Emiliano, me tomó una vez más la mano y sonriéndome dulcemente me preguntó si necesitaba vaciar la vejiga o si deseaba darme vuelta o si quería algo. Con un beso y con un amor que yo no merezco y que lo hizo quedarse toda la noche despierto o dormitando incómodo en una silla al lado de mi cama mientras su padre buscaba porfiadamente las fuerzas necesarias para aferrarse a la vida.
|