Tonterías
Filípica
No recuerdo casi ningún reto que le haya tenido que pegar a mis hijos. Y no es que tenga mala memoria, es que realmente he tenido una enorme suerte de que hayan salido tan amorosos. Pero ahora recuerdo una filípica que me llena de regocijo.
Estábamos en Berkeley en una estadía de trabajo, por tres meses. Al regresar a casa desde el laboratorio encuentro a mis dos hijos varones, Emiliano y Felipe, prendidos a sus celulares con algún estúpido jueguito. Con la cara ya un poco torcida les pregunté qué habían hecho a la tarde. Nada, descansamos, jugamos… huevo. Ahí fue cuando la cara se me desfiguró completamente y la filípica brotó desde mi estómago con palabras que ni yo mismo reconocía.
-Pero pedazos de pelotudos, para qué mierda se creen que nos gastamos una fortuna en pasajes y volamos seis mil kilómetros, ¿para que ustedes se encierren entre cuatro paredes y se empelodudezcan con las mismas idioteces que hacen en Buenos Aires?
Las caras de los pibes cambiaron. ¿Se asustaron de la mía? No sé, pero mi vómito ya era irrefrenable, y continué.
-No quiero volver a encontrarlos otra vez acá. La próxima les compro el pasaje de vuelta y los mando a casa con una estampilla en el culo. Y ahora mismo se van de acá. A caminar, a mezclarse con la gente, a captar los modismos, a tratar de pichulear un precio en cualquier negocio, a preguntar cómo carajo pueden votar a los republicanos, a averiguar qué hacen los otros pibes cuando salen del colegio, lo que mierda sea. Chau, chau, ¡aire!, ¡aire!
Se fueron sin decir palabra y cuando me bajó la adrenalina me quedé más mustio que un pollito mojado. Y pensé que tendría que suicidarme si a uno de mis hijos le pasara algo malo. Y así estuve todo el resto del día hasta que los chicos regresaron justo antes de cenar. Volvían colorados, agitados, sudados, con los ojos recontra abiertos y las pupilas dilatadas.
El mayor llevó la voz cantante.
-Nos fuimos a la canchita de básquet. Al rato se aparecieron dos negros de tres metros cada uno y nos desafiaron un partido. Al principio supusimos que teníamos que salir corriendo… pero aceptamos. Y nos pasaron por arriba, obvio… ¡pero la peleamos!, y metimos unos cuantos dobles. ¡Hubo pica, ¿entendés?! Después intercambiamos parejas. ¡Estuvo buenísimo! ¡Era como en las películas! Algunas cosas costaba entenderles… ¡pero nos cagamos de risa!
-O sea, que… hicieron amigos.
-Dicen que van siempre. Ahora ya sabemos…
Y no hablamos mucho más. Pero a la noche, cuando fui a saludar a Felipe a su pieza, todavía le quedaba un dejo de sonrisa en los labios y de alguna manera imaginé que en parte me estaban diciendo: gracias, pá.
|