Tonterías
Dedicatoria en mi tesis doctoral
A mis estudiantes, responsables de que yo me sienta eternamente joven.
A Beatriz García Acosta, una dulzura de persona, que me adoptó como hijo pese a que le llevo una punta de años; a Leo Zayat, cuya generosidad no tiene precio; a Oscar Filevich, al que siempre admiré observándolo desde el subsuelo; a Marcelo Salierno, Eugenia López, Victoria Andino Pavlovsky, Agustín Petroni, Guillermo Carrone, Julieta Campi, María Gabriela Noval, María Eugenia Siele, Cecilia Sorbello, Yeraldith Rojas y Loreiny Parra, todos ellos compañeros del laboratorio, hicieron que yo fuera feliz día a día y a toda costa. A Fernando Locatelli, Laura Estrada, Manuela Gabriel y Gustavo Pesce por su ayuda cariñosa y desinteresada.
Un agradecimiento especial para Roberto Etchenique, un genio sin igual, que profesa una pasión y una dedicación por la ciencia admirables. Me honra con su amistad, que es el máximo beneficio al que cualquier mortal puede aspirar.
Al Ciclo Básico Común, al Departamento de Química Inorgánica, Analítica y Química Física, a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales -mi segundo hogar-, a la Universidad de Buenos Aires y a Bernardo Houssay, Rolando García y Manuel Sadosky, impulsores del Régimen de Dedicación Exclusiva (del que me beneficié) que privilegia la investigación y sin el cual la ciencia argentina sería apenas una sombra de lo que es.
A toda la gente que conocí en la facultad: Jorge Aliaga, Guillermo Mattei, Armando Doria, Marcelo Steinberg, Hernán Alperín, Guillermo Durán, Juan Carlos Reboreda, Luis Baraldo, Pablo Jacovkis, José Olabe, Alberto Kornblihtt, Daniel Goldstein y Agustín Rela que me permitieron estar cerca de ellos y fueron mis grandes maestros, sin eufemismo alguno.
A mis cuatro hijos: Emiliano, Camila, Felipe y Milena, responsables de que no haya tirado la toalla en tantos momentos difíciles y tan cercanos al nocaut. A mi familia: padres, hermanos, sobrinos, los incondicionales.
A Néstor Kirchner y a Cristina Fernández de Kirchner, que me devolvieron la esperanza en mi país y me convencieron de que el esfuerzo valía la pena.
Y a la yerba mate.
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