| Kuhn, los neutrinos y Higgs
 En su archifamoso libro La Estructura de las  Revoluciones Científicas Thomas Kuhn afirma que la ciencia avanza por períodos de normalidad,  pero que inevitablemente acumula anomalías –contradicciones entre las teorías  científicas y las observaciones- que derivan en una revolución científica.  Lo que, a su vez, deviene en un cambio de paradigma: el paradigma viejo, en el  que se inscribían las teorías científicas aceptadas hasta el momento, es  descartado y reemplazado por uno nuevo, en el que el anterior no tiene cabida.   El planteo de Kuhn goza de una amplia aceptación entre epistemólogos de  todo el mundo, y penetró profundamente en los profesorados de ciencia que, a su  vez, trasladan la idea a los jóvenes estudiantes de todas las edades y  procedencias. Pero no es tan pequeño el puñado de filósofos, epistemólogos y  científicos (entre los que me incluyo) que opina que la teoría de Kuhn está  errada e, incluso, que es nefasta. Su  teoría se sustenta básicamente en dos “revoluciones”: la de Galileo-Newton  versus Aristóteles (que supuestamente derroca al paradigma aristotélico) y la  de Einstein versus Newton (que remueve  la mecánica newtoniana). Lo cierto es que  generó en el ideario popular -y en no pocos científicos- la sensación de una  ciencia provisoria… siempre aguardando la refutación lapidaria general, la  hecatombe, la próxima revolución que obligará a tirar al tacho todo lo descubierto  y aprendido hasta el momento.       Las dos supuestas revoluciones no son tales: la de Galileo y Newton  contra Aristóteles no cuenta, porque lo derrocado no era una teoría científica  (en la acepción moderna de ciencia). Las teorías aristotélicas no son parte de  la ciencia, son parte de la Filosofía. A la ciencia la inventa el propio Galileo  con la feliz idea de la experimentación. El concepto moderno de ciencia  justamente es darle la palabra final a la realidad, al universo, a la  naturaleza. Quien dice verdadero o falso es el mundo real preguntado a través  de experimentos u observaciones. Eso es la ciencia.  Y la revolución Einstein-Newton tampoco cuenta porque nada hizo  necesario tirar al cesto la mecánica newtoniana. Se la sigue enseñando en las  escuelas (en cambio no se enseña la relatividad) y se sigue y se seguirá  utilizando en ciencia para hacer casi todo lo que la ciencia y la tecnología  tienen que hacer: construir una casa, un puente, enviar una sonda a Marte o  calcular la cantidad de materia total del universo. La relatividad y la  cuántica sólo le ponen un rango de validez, una cota de aplicación… no dicen  que la mecánica clásica sea falsa. Las teorías de Einstein tienen un alcance  mayor que las de Newton, pero a su vez confirman que la mecánica newtoniania  describe correctamente el universo en las escalas que le corresponden.         Malditos  neutrinos
 Durante los años 2011 y 2012, y con pocos meses de diferencia, dos  acontecimientos pusieron la predicción de Kuhn sobre el tapete. El primero fue un sorpresivo anuncio  proveniente de los voceros del experimento OPERA (acrónimo inglés de Proyecto Oscilación con  aparato de seguimiento de emulsiones fotográficas), uno de los componentes del Gran Acelerador de Hadrones (LHC) del CERN (Suiza). Los miembros del OPERA reportaban haber  hallado que los neutrinos viajan con un exceso de aproximadamente  un 0,002%  de la velocidad  de la luz. El experimento consistía básicamente en el  envío desde el CERN de un haz de neutrinos de tipo muónicos hacia un  detector situado en el laboratorio Gran Sasso (Italia), a una distancia de 730  Km. Si bien el OPERA buscaba propiedades específicas de los  neutrinos, denominadas oscilaciones, el experimento también era útil  para conocer sus velocidades al medir el tiempo que demoran en llegar y la distancia recorrida, ambos medidos con gran precisión. Concretamente, el resultado del  experimento indicaba que el tiempo de llegada de los neutrinos, desde su  emisión en el CERN hasta su arribo  en el detector Opera, era inferior en sesenta milmillonésimos de segundo  lo previsto por la Teoría de la Relatividad, o sea: esos neutrinos viajaban más  rápido que la luz.
  Este hallazgo  contradice a Einstein en lo más duro de su teoría, en su núcleo central, en su  punto de partida, a saber: la velocidad de la luz, c = 300.000 km/s, es un  límite insuperable por cualquier cosa que se mueva en nuestro universo. Y como  si tener este límite fuese poco, la teoría admite que esta velocidad máxima es  independiente del observador que la mida, de su posición, de su velocidad, de  todo.   El reporte del  OPERA suponía entonces una anomalía seria, no una anomalía cualquiera; una  observación que cuestionaba las bases más profundas de la teoría física madre y  supervisora de cualquier otra de la que gocemos en la actualidad. Para los  científicos de todo el mundo el anuncio significó una gran conmoción. Una buena  cantidad de físicos se frotaron las manos pensando en que a partir de ahora  iban a tener muchas más oportunidades de trabajo. Y muchos otros se acordaron  de las profecías de Thomas Kuhn y se preguntaron si detrás de toda esa charlatanería  no había algo de cierto. Aquellos a los que la ciencia no les va ni les viene  simplemente habrán pensado: a los físicos se les cayó el paradigma. Los  filósofos relativistas (esos que dicen que el conocimiento científico es una  construcción social equivalente a un mito) se regodeaban a escondidas… y yo  silbaba bajito.       El 22 de Febrero de 2012 en la revista Science los autores del anuncio ya especulaban que  los famosos sesenta nanosegundos de diferencia podían explicarse por una falla  en la conexión de un cable de fibra óptica que iba desde el receptor del GPS a  una plaqueta de adquisición en una computadora. La medición independiente  llegó el 16 de marzo del 2012. El detector ICARUS, del Gran Sasso, demostró con  todo rigor, oportunidad y explícitos comunicados que la velocidad de los neutrinos no supera la velocidad de la luz. Y el asunto quedó finiquitado y yo dejé  de silbar.       Bosón aplicado
 El segundo acontecimiento proviene del mismo CERN, en particular, de su  cometido básico: la detección del bosón de Higgs. El experimento del gran  acelerador se inscribe en una de las actividades más emblemáticas de la Física  de los últimos 60 años: la caza de partículas. Todo surge de las predicciones  teóricas que los modelos del universo van arrojando. Si el universo es como lo  estamos describiendo, entonces deberíamos poder detectar una partícula así o asá  que hasta ahora nunca fue vista ni encontrada.
  De ese modo, con búsquedas orientadas por la teoría, aparecieron muchas  partículas subatómicas que le dejan cada vez menos cabos sin atar a nuestra  visión del universo. Incluso un nuevo tipo de materia, la antimateria,  integrada por un conjunto de partículas que reciben el nombre genérico de  antipartículas, fueron descubiertas luego de la asombrosa predicción de Paul  Dirac, que en 1930 estaba estudiando las propiedades materiales munido de tan  sólo dos herramientas: imaginación, y matemática dura. En un momento en que  estaba derivando fórmulas se topó con una ecuación que tenía un agujero, una  solución que no describía nada conocido. Una solución rara, como una especie de  espejo en el que se puede ver otro universo, simétrico al nuestro. Todas las  partículas materiales que se conocían hasta el momento también estaban, según  la ecuación, del otro lado del espejo, pero con sus propiedades fundamentales  invertidas. A Dirac le pareció lógico llenar ese hueco con un significado y lo  llamó antimateria.  Apenas dos años más tarde los físicos, advertidos por la lógica inobjetable de  la matemática, encontraron la primera partícula de antimateria: un positrón, la  pareja espejada del electrón. Una a una fueron apareciendo las antipartículas  de cada partícula conocida. Dirac también predijo que cada vez que una partícula  material se encuentra con su antipartícula se aniquilan mutuamente  transformando toda su masa en energía. Pues bien, el proceso ocurre sin dudas y  es esa aniquilación inapelable la que hace tan difícil producir y almacenar  cantidades respetables de antimateria.  Este asunto de la simetría es muy poderoso. Hace unos 50 años los  físicos descubrieron que con pensar las leyes del universo como capaces de  soportar las transformaciones simétricas (o sea, verse en el espejo) entonces  no sólo era posible predecir la existencia de las partículas elementales sino  entender las interacciones entre ellas, o sea, las fuerzas. Así nació lo que se  conoce como el modelo estándar, que mete en el mismo paquete a todas las  partículas conocidas, con sus propiedades y sus formas de interactuar, o sea,  las fuerzas fundamentales.       Un modelo tan compacto y ambicioso presentaba un agujero difícil de  emparchar: una partícula cuya interacción con el resto generase esa propiedad  tan familiar a la gente: la masa. En 1964 Peter Higgs hizo una predicción aventurada,  esa partícula debía existir y sus propiedades estaban perfectamente  determinadas. La comunidad le puso nombre: bosón de Higgs. Salir a la caza de  esa partícula no era ningún chiste, la predicción es que sería imposible de  detectar con energías menores de una cantidad precisa de la que la humanidad no  disponía. Pero los científicos son cabezones y lograron hacer construir un  acelerador capaz de alcanzar esas energías. Y con un costo de varias decenas de  miles de millones de dólares se construyó el HLC, y en agosto de este año  (2012), o sea casi 50 años después de su predicción, anunciaron al mundo que el  bosón de Higgs parece estar entre nosotros. Prolijo y aplicado, apareció donde  lo esperaban.  Este descubrimiento le da un fuerte respaldo al modelo estándar, que ya  muchos lo tratan como una teoría consolidada, y que servirá de trampolín a un  sinfín de nuevas preguntas, nuevos desafíos y nuevas aventuras del  conocimiento. El propio HLC promete convertirse en un gran surtidor de  preguntas que los físicos deben encontrar y de respuestas para desentrañar.       Nada de esto tendría sentido si el conocimiento científico no fuera  coherente y acumulativo. Lejos de avanzar entre revoluciones  destructivas, la ciencia avanza en forma constructiva, acumulativa y envolvente. La  probabilidad de error durante la investigación es grande, como vimos en el caso  de los neutrinos. Pero a medida que los aciertos se acumulan, se apoyan entre  sí e interactúan, esa probabilidad de que estemos equivocados se hace  despreciable y cada vez más insignificante. El universo no se desdice: si  responde verdadero a una pregunta, nunca  responderá falso a la misma pregunta. En la  ciencia del futuro, dentro de dos siglos, dentro de nueve siglos (si es que  seguimos estando), la Tierra seguirá siendo redonda, el ADN seguirá siendo una  doble hélice, al duplicar las fuerzas se duplicarán las aceleraciones, las  cargas negativas seguirán atrayéndose con las positivas y entre dos especies  cualesquiera siempre habrá habido una antecesora común. La ciencia no cesa de  acumular conocimiento objetivo. Y los seguidores de Kuhn deberán seguir  esperando.
 
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