Las lecciones del Maestro Ciruela
Cultura

Mi amigo y colega Armando Doria me relató esta conversación desopilante que tuvo con el responsable del suplemento de cultura de un diario muy importante de la Argentina. A mi amigo le parecía increíble que en ninguna revista de cultura se hubiera incorporado jamás a la ciencia como parte de su contenido, reconociéndola como un producto de la cultura. Esto despertó una especie de enojo o ataque hacia la ciencia de parte del influyente editor, y concluyó sin tapujos que la ciencia no es más que un discurso, una construcción poética a partir de la realidad. De acuerdo –respondió Armando–, supongamos que acepto que es una poética o un discurso, como la narrativa, el cine, una obra de teatro o una instalación de Marta Minujin… ¡entonces encaja perfecto en el suplemento, o en cualquier revista de cultura! ¡No! –espetó casi ofendido el director del suplemento–,  ¡porque la pretensión de los científicos es que la ciencia no es un discurso!... Genial.

No cabe duda de que la ciencia es parte de la cultura, y hacen muy mal aquellos que la segregan (y la ignoran) como si no lo fuera. Para los científicos –y para casi todos los que la consideran una parte de la cultura– no cabe duda de que es una de las partes más importantes de la cultura. Su poder transformador, su carácter global, su capacidad de generar concepciones del universo, del hombre, de la vida y de todo cuanto nos interesa, la colocan en el epicentro de la cultura.

Los educadores de ciencia de todos los niveles tienen una enorme responsabilidad sobre sus espaldas, que es transmitirles ese legado precioso a sus estudiantes: ciencia es cultura.

Ignorar la ciencia es ser inculto... con toda la carga peyorativa de la palabra.

 
 
 
   
Algunos derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización feb-11. Buenos Aires, Argentina.