¿Qué es el sexo?
-Muero por vos... estoy recaliente-, dijo sin vueltas el joven de 15 a su amiga de flamantes curvas.
Los ojos de ella parecían enigmáticos, pero en su actitud no había ningún misterio: el destino estaba escrito desde el origen del universo. El insistió con un beso en el cuello mientras rozaba su cintura con una mano. Ella dejaba hacer. La otra mano se deslizó por atrás hasta la altura del corpiño.
-Cumplamos con el mandato universal- declinó finalmente ella sin dar tiempo a mayores explicaciones.
En su reciente libro Qué es el sexo, Lynn Margulis y Dorion Sagan sostienen que el sexo –ese magnífico invento de la evolución- no es otra cosa que una variante más, y muy eficiente, de los mecanismos que el universo crea para cumplir con la Segunda Ley de la Termodinámica. Hay casi tantos enunciados de la Segunda Ley como especialistas en el tema, pero todos trasmiten la idea de que en un sistema aislado, pase lo que pase, la entropía aumentará. Así el calor fluye de los cuerpos más calientes a los más fríos, y las moléculas se difunden de las concentraciones mayores a las menores. Un sistema que evoluciona hacia el equilibrio adopta el estado molecular más desordenado consistente con las condiciones a las que está sometido. En el equilibrio todo es completamente homogéneo y nada interesante puede suceder.
Sin embargo el sexo es muy divertido, y tiene un enorme potencial en la generación de sistemas altamente ordenados como lo son las réplicas autosimilares. Esta aparente contradicción surge al no reconocer los límites del sistema considerado. Los organismos sexuales, la vida misma, constituyen un sistema abierto. Para cerrarlo no podemos dejar de considerar al sol, fuente primordial de energía de la biósfera. Recién entonces se aprecia que la vida, y en particular el sexo, es un motor eficiente en el cumplimiento de la Segunda Ley.
Los autores eligen la versión acuñada por Eric D. Schneider, un termodinámico del Instituto Hawkwood en Livingston, Montana, que dice que la naturaleza tiende a reducir gradientes (diferencias de toda clase, no sólo de temperatura, sino de presión, concentración química, etc.) y a partir de allí revelan las aristas más inesperadas y no menos apasionantes del sexo.
La cantidad de entropía que genera la vida sexual a su alrededor, desde la degradación de la materia a la disipación de calor, es largamente superior a la que generaría una biomasa equivalente asexuada. La muerte, por ejemplo, es una consecuencia de la aparición del sexo. La vida asexuada de las bacterias no contempla la posibilidad de la muerte, que -en cambio- se torna necesaria en un plan de evolución sexual como el adoptado por los organismos superiores. Si la naturaleza paga un precio tan caro por el placer del sexo no es de sorprender que nosotros hagamos lo mismo, mientras que el universo hace plin, caja, y recibe su cuota de desorden con suculentos intereses.
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