Universidad
¿Profesionalista o científica?
Los argentinos supimos concebir muchas discusiones sobre qué universidad queremos.
Libre o laica, gratuita o arancelada, elitista o de masas, con ingreso irrestricto o con filtro
de aceite. Sin embargo la principal encrucijada nunca fue planteada: ¿queremos una
universidad profesionalista o una universidad científica? Esa discusión aún nos la debemos;
todo lo demás son matices.
Nada es como es porque sí. Y la universidad
menos. Todas las universidades del
mundo adoptan modelos que son útiles a
sus países y responden a distintos intereses
y objetivos. El adoptado en la Argentina
fue el profesionalista, un modelo basado
en la creación de profesionales, muchos
y buenos, y preferiblemente a bajo costo
y en poco tiempo. Los motivos de esta
adopción fueron varios, entre ellos: la existencia
de importantes escuelas y colegiaturas
profesionales, y el auge y la necesidad
de las profesiones liberales. En definitiva,
todos confluyeron en la creación de universidades
como fusión de escuelas profesionales
(hoy las facultades), que tienen el
cometido básico de producir profesionales
y que siguen un patrón particular llamado
modelo profesionalista.
Ya existía otro modelo
Mucho más antiguo que el profesionalista,
ya existía un modelo de universidad muy
diferente, que llamamos científico. Estaba
basado en la esencia de las más antiguas
universidades del mundo, que se puede
resumir de esta manera: la universidad
es el lugar que la humanidad se procuró
para la reflexión sobre la realidad y para la
creación del conocimiento. Podemos encontrar
el modelo en la Antigua Grecia,
la academia de Platón y el liceo de Aristóteles,
Alejandría, París, Bolonia, Leiden,
Salamanca, Ginebra, y muchas más. Este
modelo de universidad pervive con plena
salud esparcida por el mundo. En realidad,
por el primer mundo. En ese antiguo
caldero se cocinó una simbiosis fecunda
entre enseñanza e investigación científica.
Desde entonces no puede existir una sin
la otra, sin un menoscabo importante de
eficiencia y calidad.
Ambos modelos se formalizaron más o
menos al mismo tiempo, cercano a la Revolución
Francesa y con cierta vecindad.
El profesionalista se consagra en París
bajo la égida del emperador, y así la llaman
los estudiosos de las ciencias de la
educación: universidades napoleónicas.
El modelo científico lo hace en Alemania
fundamentalmente bajo el ideario
de Wilhelm von Humboldt que funda
la universidad de Berlín (hoy Universidad
Humboldt), y los especialistas lo han
dado a llamar modelo científico o humboldtiano.
En una lectura superficial y
errada, hay quien piensa que las universidades
científicas forman científicos, y las
profesionalistas, profesionales.
Pero no es mi idea hacer una declaración
de principios, ni menos que menos una
reseña histórica, que haría pésimamente.
Mi intención es hacer en esta nota una
caracterización práctica, sencilla o, ¿por
qué no?, una guía de campo. Una en clave
dicotómica, que nos permita reconocer
cada modelo y pensar en términos prácticos
cuál es el sentido, la utilidad, la conveniencia
de cada uno; con características
fáciles de evaluar por cualquier mortal no
especializado en ciencias de la educación o
en política educativa. Acá va.
Cómo catalogar una universidad
El primer ítem es económico: la profesionalista
es barata; la científica es
cara. Crear conocimiento es una empresa
cara, la investigación científica cuesta
mucho. En cambio, comprar conocimiento
ya hecho es muy barato, la mayor
parte se puede conseguir en libros.
La profesionalista, entonces, es ideal
para países pobres y endeudados como
el nuestro, de hecho es la más común
en los países del tercer mundo, mientras
que el modelo científico es común en los
países del primer mundo. Alcanza con
mirar presupuestos y comparar para sacar
conclusiones.
Los estudiantes también son característicos.
Los alumnos de universidades científicas son típicamente full time. Teóricas,
problemas, seminarios y laboratorios hacen
que el estudiante se quede prácticamente
todo el día en la universidad. El
alumno típico en una universidad profesionalista
es part time. Habitualmente
tiene un trabajo con el cual sostiene sus
estudios, y cursa de noche. En las universidades
profesionalistas, los centros de estudiantes
se ponen locos si la Facultad no
ofrece turnos noche. De día, son páramos;
de noche, aglomeraciones.
El currículo es la marca en el orillo. Las universidades
científicas se caracterizan por tener
ciclos básicos comunes (no se confunda
con el CBC; no en principio, al menos) con
una intensa formación en ciencias básicas:
matemática, física, química y biología. Para
todos los estudiantes, con la misma profundidad
y calidad. Las profesionalistas, en cambio,
arrancan las clases con las asignaturas de
las respectivas especialidades. Son rehenes de
los contenidos profesionales. Si a los médicos
hay que darles física, que sea, al menos,
una biofísica, o sea algo que tenga más que
ver con ellos y con un nivel no tan intenso. “¿Y para qué quiero cinemática si no la voy
a necesitar para auscultar a mis pacientes?”
suelen preguntar los estudiantes de medicina
si se les quiere enseñar física. Los profesores
tampoco saben qué contestar, y a menudo
inventan situaciones hipotéticas y absurdas
que no convencen ni a ellos mismos. Ambos
cayeron en la trampa de los contenidos. En
el paradigma científico, la pregunta no tiene
sentido, todos lo viven como lo más natural,
no se concibe un médico que no sepa utilizar
derivadas ni hacer estadísticas.
Estos cursos básicos suelen estar a cargo
de los respectivos departamentos. Por
ejemplo, los cursos de matemática (por
donde pasan, todos mezclados, los futuros
matemáticos, físicos, psicólogos,
contadores, filósofos, etc.) están dados
por los docentes del departamento de
matemática de la universidad. Por ello,
las universidades científicas suelen tener
una organización departamental. En
contraposición, las profesionalistas están
organizadas en estructuras de cátedra.
Las primeras tienen docentes “generalistas”
que van rotando entre diferentes
materias; las segundas, docentes especialistas;
en ellas, habitualmente, el máximo
especialista se adueña de una cátedra y
forma una especie de feudo académico, a
menudo inexpugnable.
Otra característica de los currículos profesionalistas
es que son rígidos. En las científicas, suele haber muchas materias optativas
y comunes entre diferentes carreras
(además de las básicas). Los estudios son
flexibles y es difícil encontrar dos graduados
con idéntica formación.
Un buen momento para calar una universidad,
si es que todavía tiene dudas, es el mediodía.
Un comedor universitario es ideal
para hacer la caracterización. Es sencillo:
los almuerzos de las universidades humboldtianas
son divertidos y estimulantes,
cuando no, eróticos. Es fácil encontrar mesas
en las que comen un futuro ingeniero,
con una futura veterinaria, con un filósofo
y un economista. Es fácil imaginar una
charla estimulante, digestiva.
Otro lugar donde se ve claramente la diferencia
es en las bibliotecas universitarias. La
científicas están llenas de estudiantes, de libros, ¡de revistas!, de terminales de computadora
con internet y catálogos on line. La
universidad profesionalista, en cambio, es la
mayor subsidiaria de la industria del apunte.
Las materias de las universidades científicas tienen un contenido interdisciplinario
importante y hay que hacerlas en inglés.
Hay quien con esto puede emocionarse y
a otro puede generarle urticaria. Pero es
así, la ciencia es una empresa global y se
comunica en lengua franca.
Permítaseme intercalar una frase de uno
de nuestros adalides por la ciencia, Marcelino
Cereijido: “La universidad profesionalista
puede generar expertos, o a lo
sumo eruditos, pero sólo de una universidad
científica salen los sabios”.
Las universidades científicas son pequeñas.
Las emblemáticas MIT o Harvard no
superan los 18.000 estudiantes. El último
censo en la UBA arroja la friolera cantidad
de 320.000. De ellos, la mayoría se anota
en carreras tradicionales, sin sentido académico ni estratégico. Las leyes de mercado
y las modas gobiernan la matrícula
de las universidades profesionalistas. ¿Se
puso de moda el periodismo?, macanudo:
mañana compramos un edificio nuevo y
ahí entran los 40.000 estudiantes de ciencias
de la comunicación que manejarán los
taxis del futuro. Las universidades científicas planifican con visión de futuro.
Con docentes full time, con estudiantes
full time, viviendo juntos en la universidad,
docentes y estudiantes quedan atrapados en la tradición de la
formación discípulo-maestro. En la otra,
en cambio, el estudiante está condenado a
la masividad y el anonimato.
Ya podemos formular una pregunta
crucial: ¿Cuál es el objetivo académico último
de estos tipos de universidad? Para la
profesionalista: la EFICIENCIA. Para la
científica: la EXCELENCIA.
Y a mí qué
Ahora bien, supongamos que acordamos
las diferencias entre ambos tipos de universidad. ¿Qué podría hacer que prefiriéramos
una universidad científica a una
profesionalista? Yo tengo dos motivos
importantes. El primero es la ciencia en sí
misma. La ciencia es una concepción del
universo -un modo de enfrentar el universo-
basada en la razón, la observación, la
experimentación, con prescindencia de
dogmas, creencias y del principio de autoridad;
es un sistema de conocimiento con
enormes implicancias en la filosofía, la ética,
la moral y la vida. Ser científico es un
desafío personal de cada uno, que deberá
librar en angustiosa minoría.
El segundo es estratégico. Basar el sistema
educativo superior en universidades profesionalistas
es el mejor modo de encadenarse
a un modelo de país dependiente; dependiente
de insumos, recetas y saberes desarrollados
en el primer mundo, consumidor
y esclavo de tecnologías y conocimientos
importados. Por el contrario, tener universidades
científicas es condición necesaria
para generar un proyecto de país independiente.
No se puede ser un país soberano
ni, menos aún, rico, sin tener ciencia.
Bueno, me detengo aquí. Debe haber una
guía más seria y más completa. Este es un
resumen para todo público.
De aquí en más
La perspectiva no es muy halagüeña. Nuestros
gremios docentes están embarcados
en conseguir estabilidad laboral, contrario
al principio reformista de la periodicidad
de cátedra, lo que convertiría a la universidad
en un ente burocrático y mediocre
parecido a un ministerio kafkiano. Los
centros estudiantiles, hoy dominados por
partidos políticos de izquierda (una nueva
y reaccionaria izquierda) sostienen, en
su mayoría, la trasnochada idea de que la
ciencia es una herramienta de dominación
capitalista y no pueden distinguir entre
científica y cientificista. La opinión pública
y los medios de comunicación masivos
soportan el bombardeo mentecato de los
discursos posmodernistas que relativizan
el conocimiento científico equiparándolo
a creencias religiosas y modas culturales.
La cosa está peluda.
Pero aunque parezca una meta inalcanzable,
generar universidades científicas no
es imposible. La época de oro de la UBA,
del 56 al 66, demuestra que en muy poco
tiempo se puede patear el tablero y dar un
golpe de timón que nos encamine hacia
un rumbo de excelencia. Algo tenemos los
argentinos, yo no sé qué, pero somos el único país latinoamericano con tres premios
nobel de ciencia, y con otras treinta
luminarias científicas que no recibieron
el nobel, otros trescientos en puestos top
en todo el mundo, y unos 60.000 científicos formados, yirando aquí y allá. Algo
hay. Tal vez ese algo nos permita darnos
el tiempo necesario para reflexionar sobre
esta encrucijada y, quién sabe, un día, tomemos
el rumbo señalado.
Es imposible modificar el sistema universitario
argentino para que adopte el modelo
científico. Pero no hay razón valedera
para evitar que ciertos grupos académicos
que están en condiciones de adoptarlo deban
renunciar a ese objetivo. Las condiciones
están dadas para que una partición
racional de la UBA permita la generación
de una (tal vez dos) universidad científica
que nuestro país necesita y merece.
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