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Con la mente en la cabeza
El
cerebro en manos de los científicos
Uno de los más grandes
desafíos de la ciencia es la mente. Es común suponer que el intelecto no tiene
un soporte material: desde que Descartes postuló que cuerpo y alma eran entes
separados, la mente quedó impregnada de cierta magia. Pero hoy existe todo un
ejército de científicos que, con muchas más pruebas a la vista, aseguran que la
mente es cuerpo, que no hay magia, y que se puede comprender y predecir con las
mismas leyes empíricas y materialistas que gobiernan el resto del universo.
El
ejército de neurocientíficos posee varias legiones, y cada legión aporta su grano
de arena. Poco a poco se van juntando y logrando síntesis cada vez más abarcativas
y cada vez más aproximadas. La escuadra veterana está formada por neurobiólogos.
Siempre supieron que el pensamiento se domiciliaba en la cabeza, y que ésta estaba
llena de neuronas. Santiago Ramón y Cajal las enfocó con el microscopio, "mariposas
del alma" las llamó. Y hacia ellas se apuntó la artillería. Lo primero fue comprobar
cómo funcionaban estas células protagonistas del impulso nervioso, cómo recibían
los estímulos para censar el medio ambiente -desde la presión y la temperatura
hasta la forma de las letras de un texto,-cómo intercambiaban información entre
ellas, cómo mandaban órdenes a los músculos para que nos moviéramos, y a las glándulas
para que mantuviesen el confort interior.
La batalla más significativa
la ganaron Alan Hodgkin, Andrew Huxley y Bernard Katz, alrededor de 1950, al dilucidar
el mecanismo químico-eléctrico del impulso nervioso. A partir de allí se comprendió
el diálogo entre las neuronas, llamado sinapsis, y las moléculas que intervienen
-canales, iones y neurotransmisores -. Con estos elementos, más el relevamiento
de la circuitería nerviosa dentro del cuerpo y, especialmente, en el cerebro,
continuó un avance en el que también la Farmacología tuvo cosas importantes que
decir. A menudo, los fármacos que alteran el comportamiento de las moléculas implicadas
en la transmisión nerviosa tienen usos terapéuticos potenciales. Tanto creció
en un momento el arsenal farmacéutico psicotrópico, que llegó a postularse un
paradigma químico de la mente. Venenos, analgésicos, anestésicos, sedantes, somníferos,
antidepresivos, euforizantes, anfetaminas, drogas recreativas, drogas adictivas,
drogas prohibidas, barbitúricos, la lista es casi interminable, y el rompecabezas
está cada vez más avanzado.
Doctor, me duele aquí Por otro lado,
las guerras aportaron lo suyo. Un tendal de heridos en la cabeza se convirtió
en el propósito preferido de los neurofisiólogos. Enormes colecciones de soldados
con sus cerebros dañados fueron lentamente confirmando que cada pequeña parte
del cerebro tiene una función particular y precisa.
Sólo en la corteza
cerebral, la parte más moderna del cerebro -evolutivamente hablando- Korbinian
Brodmann describió, a principios del siglo pasado, 52 zonas de la corteza, incluidas
las que llevan el nombre de sus predecesores -Paul Broca y Carl Wernicke-, dos
áreas especializadas en el habla. Quienes padecen alguna lesión aquí sufren alguna
dificultad o incapacidad, por ejemplo, para pronunciar o interpretar palabras.
En la actualidad, la localización de funciones específicas de partes del cerebro
ha alcanzado en algunas zonas detalles de apenas dos milímetros cuadrados.
A
los neurocirujanos -legionarios de alta alcurnia- les encanta relevar el mapa
del cerebro. Por ejemplo, en algunas intervenciones quirúrgicas que requieren
la colaboración activa del paciente, los cirujanos deben operar con anestesia
local: ahí aprovechan. Abierta una ventana en el cráneo, con el cerebro al cielo,
el galeno curioso aprovecha y practica suaves estimulaciones eléctricas en la
corteza cerebral desnuda. Prueba en un punto y el paciente siente cosquillas en
el pie. Un poco más al costado, y el paciente cierra fuertemente su mano. Toca
un punto más arriba, y de pronto el paciente estalla en carcajadas, el médico
le pregunta de qué se ríe y el enfermo responde: "¡Es que usted, doctor, es tan
gracioso!".
Gran parte de la investigación actual sobre la mente o sobre
alguno de sus componentes (la inteligencia, las emociones y la memoria, entre
otros) se realiza sobre modelos animales. Sanguijuelas, moscas, abejas, cangrejos,
ratas, ratones, perros, gatos y monos de todos los tamaños y pelajes se prestan
con más o menos colaboración, y con más o menos sacrificio, a extensos estudios
multidisciplinarios. Las estrellas son los monos porque permiten abordar el problema
de la conciencia. Algunas especies, como el chimpancé, poseen lo que se llama
autoconciencia o percepción de la propia identidad. Pero la pregunta inmediata
es si los hallazgos en esos modelos animales se pueden extrapolar al hombre. Y
la respuesta es sencilla: un rotundo sí, con ciertos recaudos, pero sí.
Redes
neuronales Muchos neurofisiólogos se dedican a los circuitos. Donald O.
Hebb fue uno de los precursores de esta línea de investigación. Sus postulados
y descubrimientos sentaron las bases de la Neurología moderna. Si esta neurona
se conecta con aquella otra y le dice sí o no, entonces aquella otra conectada
con una tercera etcétera, etcétera, como si fueran componentes del circuito de
una computadora. Y esto nos lleva a un batallón muy numeroso de neurocientíficos
adeptos al "modelo computacional de la mente". Sus planteos generaron enormes
prejuicios y hallaron resistencias de diversas magnitudes. Está suficientemente
aceptado por toda la comunidad neurobiológica que el cerebro y las computadoras
tienen diferencias sustanciales. Para empezar, el cerebro funciona en paralelo
mientras que las computadoras lo hacen en serie. ¿Qué quiere decir esto? Que las
máquinas hacen una sola cosa por vez. Tal vez no lo parezca, pero es sólo porque
las PCs actuales son muy rápidas. Hay un comando superior que reparte el tiempo
y dirige la orquesta para que todas las voces que sean necesarias digan lo que
tengan que decir o hagan lo que tengan que hacer, pero de a una por vez. En cambio,
en el cerebro las voces de las neuronas se escuchan todas juntas y al mismo tiempo.
Es realmente un misterio cómo puede surgir un concierto organizado de semejante
griterío neuronal; pero lo cierto es que ocurre. Otra diferencia importante es
que el cerebro se autoensambla, mientras que a las computadoras las ensamblan
sus fabricantes. El filósofo John R. Searle negó pretoda similitud posible entre
la computadora y la mente aduciendo que las máquinas de silicio se limitaban a
manipular símbolos, mientras que las de células, o sea los cerebros, les atribuyen
significado. Paul y Patricia Churchland, también filósofos, salieron al cruce
demostrando que la idea de significación es tan abstracta para la mente humana
como para la animal y para la artificial; o sea, que no existe una definición
operativa para la significación capaz de trazar una frontera entre el pensamiento
natural y el artificial. Las ideas de software y hardware, la idea de cómputo
y procesamiento de datos, también la de memoria ram o memoria de trabajo y memoria
de disco rígido están resultando fructíferas a la hora de comprender el cerebro
y la mente.
Lindante con la teoría computacional de la mente se encuentra
la investigación sobre inteligencia artificial, que inspira muchos intereses industriales
y aplicaciones tecnológicas. Surgió en la posguerra junto con la computación y
uno de sus precursores fue Alan Turing. Hay un test muy divertido que lleva su
nombre y que sencillamente consiste en hacer competir a una a computadora con
seres humanos. Un evaluador se sienta frente a cinco monitores, cada uno con un
teclado, y empieza a conversar (a chatear, si usted prefiere) en los cinco por
separado y libremente. Del otro lado de cada monitor hay un psiquiatra chateando
con el evaluador, salvo uno en el que el que contesta es una computadora. Si el
evaluador no la descubre antes de cansarse, entonces la computadora habrá superado
el test: emula satisfactoriamente una mente humana. Ya ha ocurrido en varias oportunidades.
Ver
como uno ve Las técnicas para obtener imágenes del cerebro en funcionamiento
están alcanzando resoluciones espaciales de un milímetro cuadrado y temporales
de unos pocos segundos. Muy atrás en el tiempo quedó la tomografía computada (que
funciona con rayos X). Hoy el RMN, el PET y el fMRI nos muestran al cerebro mientras
piensa, del mismo modo que un video puede mostrar una bailarina mientras baila.
Esto nos lleva a la cuestión de la visión.
Uno de los máximos referentes
en los estudios de la conciencia y gran usuario de los métodos de imágenes cerebrales,
miembro sin duda de la plana mayor, fue el recientemente fallecido Francis Crick,
el mismo que hace 50 años descubrió la estructura del ADN junto a James Watson.
Crick se dedicó hasta su muerte a investigar la neurobiología de la visión. En
su criterio, la visión posee muchas características propias del estado consciente;
por ejemplo, uno puede cerrar los ojos y "ver" imágenes que rescata de la memoria
o que crea con la imaginación. También es posible mirar un objeto pero no percatarse
de su existencia. La visión consciente posee estaciones nerviosas bien diferenciadas,
como por ejemplo el lugar del cerebro donde se recibe la imagen de la retina,
el lugar donde se procesa el movimiento de la imagen, otro lugar (siempre de la
corteza cerebral) donde se computa la forma o la inclinación de las líneas. Cada
estación de análisis envía señales a otro sector que parece integrar la información
y a su vez contarla a otras zonas que están esperando el mensaje. Y cuando se
pone en acción cualquiera de estas zonas cerebrales, el artefacto que las está
observando las detecta y se lo cuenta a los investigadores fascinados con las
imágenes del monitor.
El sano juicio del mono Los psicólogos
cognitivos (la caballería ligera, sucesores de los conductistas) incorporaron
el enfoque darwinista. Su tesis principal consiste en que tanto el cerebro humano
como su producto, la mente, son frutos de una historia evolutiva que responde
puntillosamente a las leyes de la evolución biológica. Por lo tanto, conociendo
los mecanismos biológicos y con un poco de imaginación deberían hallarse los motivos
de la existencia del amor, el odio, el deseo, los celos, el miedo, la territorialidad,
la lealtad, la sumisión, el liderazgo y cientos de etcéteras. Y ya se ha encontrado
explicación para una enorme cantidad de características de la psique humana que
antes se atribuían a diferentes motivos de tipo metafórico. El trabajo conjunto
de psicólogos, antropólogos, biosociólogos y neurobiólogos está reconstruyendo
la mente a conciencia.
Cada una de las corrientes de pensamiento y líneas
de investigación que se están desarrollando no solamente son exitosas y están
realizando hallazgos originales sino que se van nutriendo mutuamente. Por primera
vez están apareciendo modelos de funcionamiento del cerebro capaces de explicar
una buena cantidad de epifenómenos típicos de la mente como el monólogo interno
de la conciencia. Uno de ellos es el de William Calvin, que postula un mecanismo
darwiniano que en lugar de operar a escalas de tiempo evolutivas, como con las
especies, opera en lapsos cercanos a la décima de segundo, compatibles con el
devenir del pensamiento. Según este modelo, el cerebro genera pautas de significado
que se reproducen con cierta fidelidad y compiten por espacio de la corteza cerebral.
Lo que llamamos conciencia sería el resultado de estas interminables competencias.
El biólogo Gerald M. Edelman propuso un mecanismo similar al anterior basándose,
como el de Calvin, en la plasticidad sináptica; o sea, la capacidad de las neuronas
de modificar el patrón de conectividad entre ellas. A propósito, una propiedad
que William James, el padre de la Psicología norteamericana, predijo a principios
de 1900.
Por cierto, la idea de que la mente pueda ser explicada en términos
científicos, biológicos, mecánicos, la posibilidad de que nuestros amores, nuestros
odios, nuestras ideologías, nuestros sentimientos, puedan ser elucidados y hasta
predichos por las mismas leyes que gobiernan el universo, no puede menos que perturbarnos.
Hay quienes temen que tales logros puedan socavar la idea, el baluarte, del libre
albedrío, casi un sinónimo de humanidad. Pero comprender la mente es el mayor
de los desafíos, y los científicos son así de ansiosos, así de tozudos y no pararán
hasta conseguirlo. | . |
Neuroargentinos
En la Argentina, no menos de 300 investigadores se dedican a la neurobiología.
Se reúnen anualmente en dos congresos: el de la Sociedad Argentina de Neurobiología
(itinerante) y en el Taller de Neurociencias, en Vaquerías, Córdoba. Estos son
algunos de los grupos representados, de la FCEyN: el de Héctor Maldonado, que
trabaja en memoria con un modelo en cangrejos; el de Lidia Szczupak, que hace
circuitería en sanguijuelas; el de Osvaldo Uchitel, que hace electrofisiología
sobre ratones; el de Julio Azcurra, sobre biología molecular del aprendizaje en
ratas; el de Roberto Etchenique, que trabaja en neuroquímica y circuitería en
sanguijuelas y cultivos. Otros de Buenos Aires son el de Diego Golombek, de la
Universidad de Quilmes, que estudia la cronobiología; el de Alejandro Schinder,
del Instituto Leloir, que se dedica a circuitería de cerebro, en ratas; el de
Marcelo Rubinstein, del INGEBI, que hace genética de comportamiento, con ratones;
el de Ana Belén Elgoyhenque trabaja en neurobiología de la audición; el de Daniel
Calvo, también del INGEBI, que hace neurofisiología de sinapsis; en de Jorge Medina,
de la Facultad de Medicina, UBA, neurobiología de la memoria en ratas; Ruth Rosenstein,
también de la Facultad de Medicina, que trabaja en bioquímica de la visión en
hamsters; el de Facundo Manes, del FLENI, que hace neurología cognitiva con imágenes;
el de Héctor Coirini, del IBYME, neurobiología de la impotencia sexual; y el de
Enrique Segura, del IBYME, que deasarrollan modelos evolutivos del comportamiento
en computadora. Y desperdigados por el interior, el de Sean Patterson, del IHEM,
Mendoza, que hace neurobiología de la conducta en humanos; el de Héctor López,
de Córdoba: neurobiología del dolor en ratas; el de Juan Molina, también de Córdoba,
que estudia la neurobiología de las adicciones, en ratas; el de Gladys M. Ciuffo,
de San Luis, neurobiología molecular y genética del desarrollo, en ratas; y el
de Mariana Lozada, del Comahue, Bariloche, que estudia la conducta, con avispas.
Y quedaron sin mencionar muchos grupos no menos importantes |
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Manicomio
Las enfermedades de la mente se cuentan entre las más crueles que asolan
a la humanidad. Alzheimer, esquizofrenia, depresión, epilepsia, entre las más
graves; parkinson, bulimia, anorexia, migrania, insomnio, drogadependencia, que
no se quedan atrás, y un sinnúmero de desórdenes psíquicos, cada uno con diferentes
sub-tipos y etiologías. De todas y cada una se va encontrando, de a poco, un gen
responsable, una molécula asociada, un modelo animal para estudiar, una droga
o un tratamiento para mitigarlas.
La comprensión que hoy tenemos sobre
cada una de ellas es cada vez más precisa, la puntería con la que la ciencia las
puede atacar se hace más fina cada día, y el arsenal terapéutico cada vez mayor.
Pero, fundamentalmente, está cambiando el modo en que la sociedad enfrenta a los
enfermos mentales. Al abolirse la frontera entre cuerpo y mente, los enfermos
mentales están recuperando el respeto y los derechos que la sociedad les negó
desde siempre. Tal vez se logre evitar el sufrimiento extra que la segregación,
la incomprensión y la ignorancia infligieron a los locos, a los lindos y a los
de atar. |
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