El eclipse de Sol de la Odisea
La funesta niebla

Por Guillermo Mattei y Ricardo Cabrera

Creatividad y Ciencia. Literatura y Ciencia. Arte y Ciencia.
A muchos, sea por desconocimiento o sea por rencor epistemológico, los anteriores pares les suenan antinómicos. Sin embargo, la Historia de la Ciencia se empecina en contradecirlos. Ya hubo un entrelazamiento entre la Ilíada y la Arqueología y,
quizás, haya otro entre la Odisea y la Astronomía.

¿Qué vínculo puede unir las historias del arqueólogo del siglo XIX Heinrich Schliemann con la del físico del siglo XXI Marcelo Magnasco? Por un lado, los deslumbramientos que la lectura de la Ilíada y la Odisea encendieron en sus mentes juveniles y, por otro, la mirada crítica e integradora que les dio la formación científica.

Schliemann tuvo la convicción de que la literatura homérica no era pura invención ni mera mitología sino que se basaba en importantes hechos históricos.  En algún lugar debían, entonces, hallarse las ruinas de la amurallada Troya. Puso todo el conocimiento arqueológico detrás de su pasión por encontrar la mítica ciudad, y lo logró en 1870, en un lugar de Turquía cercano al Mar Egeo.

Magnasco leyó en la Odisea el pasaje en el que Teoclímeno maldice a los pretendientes por querer quedarse con Penélope y las riquezas del ausentado Ulises:

¡Ah, desdichados!, ¿qué mal es éste que padecéis? En noche están envueltas vuestras cabezas y rostros y de vuestras rodillas abajo. Se enciende el gemido y vuestras mejillas están llenas de lágrimas. Con sangre están rociados los muros y los hermosos intercolumnios y de fantasmas lleno el vestíbulo y lleno está el patio de los que marchan a Erebo bajo la oscuridad. El sol ha desaparecido del cielo y se ha extendido funesta niebla.

Y se preguntó "este eclipse de Sol literario, admitido como tal por todos los analistas homéricos, ¿habrá ocurrido realmente?". En una publicación científica de 2007 Marcelo Magnasco, con la colaboración del astrónomo platense Constantino Baikouzis, podría haber confirmado no sólo la veracidad del eclipse homérico sino el ajuste de toda la cronología de la Odisea con variados fenómenos de nuestra historia celeste. Parece ser, sorprendentemente, que cada alusión poética a un fenómeno astronómico fue cierta.

Sol negro
El 16 de abril de 1178 antes del año cero cristiano, cerca del mediodía local, ocurrió un eclipse total de Sol sobre el Mar Jónico. Era la primavera temprana pues el equinoccio había ocurrido el 1 de abril. El eclipse fue espectacular. En un arco menor a un recto sobre la eclíptica, los cinco planetas que se ven a ojo desnudo, la Luna y la corona solar pudieron divisarse simultáneamente. Los eclipses solares tienen una periodicidad aproximada de 370 años en cada ubicación dada del planeta. Los ojos humanos pueden seguir su lento cambio de luminosidad sin percibirlo. A pocos segundos de la totalidad, el Sol todavía es millones de veces más brillante que la Luna llena pero, en el momento del eclipse, el Sol desaparece. El cielo no se pone rojizo como en los atardeceres, sino aturquesado, como cuando anochece, y aparecen todas las estrellas. La temperatura cae súbitamente unos pocos grados, los vientos cambian, los animales lucen cansados y los rostros humanos pueden exhibir una llamativa palidez bajo la luz azulada. Para nuestros héroes helénicos entre un episodio así y el fin del mundo no debía haber mucha diferencia.

Mitología pero no tanto
La estrategia de Magnasco fue la siguiente: “Como la referencia al eclipse homérico era históricamente discutible, investigamos todos los pasajes del texto que, presuntamente, pudieran describir fenómenos celestes anteriormente ocurridos, y encontramos no menos de 19 episodios”. El trabajo de Magnasco y Baikouzis demuestra que si el eclipse ocurrió el 16 de abril 1178 antes del cero cristiano, las otras referencias encajan todas entre sí. En otras palabras, la cronología de la Odisea y los eventos astronómicos ahí mencionados, incluido el eclipse, coinciden razonablemente con la realidad histórica.

Homero delineó el texto de la Odisea de modo que fuese relativamente sencillo cuantificar la cantidad de días transcurridos entre los sucesos que se describen. De ese modo los dos científicos lograron precisar las pocas pero claras referencias astronómicas. Veintinueve días antes de la masacre de los pretendientes, Ulises navega guiándose por las Pléyades, el Boyero y la Osa Mayor a su izquierda. Otras referencias describen los movimientos de Mercurio y de Venus en el cielo, como deidades. Las lunas llenas del texto también son hitos sobre los que anclar el análisis astronómico retrospectivo, que es posible hacer mediante programas computacionales de los que hoy todo profesional del cielo dispone.

Los cielos jónicos
Magnasco y Baikouzis concluyen: “Nuestro trabajo dista de ser una prueba. Sólo muestra modestamente la coherencia entre la cronología homérica de la Odisea y los eventos astronómicos realmente sucedidos” y agregan: “se puede ver que todo el poema parece haber sido estructurado para seguir lo que las estrellas dictaron…”.

Los ignotos autores, que quizás puedan sintetizarse detrás del presuntivo personaje histórico de Homero, seguramente recogieron metódicamente las narraciones indudablemente influenciadas por los cielos, que circularon durante las centurias que separaron a Troya y la festividad de Apolo de 1178 AC de las fechas de las que data el poema. Por su parte, Magnasco y Baikouzis, dos científicos ortodoxos, lograron acrecentar, en algún sentido, la belleza milenaria de la Odisea. Nada menos. 

NOTA: El trabajo original de Magnasco y Baikouzis puede hallarse en
http://www.pnas.org/content/105/26/8823.full.pdf

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
   
 
 
 
 
 
 

    
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