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Full time
En muchas universidades una cierta cantidad de profesores son contratados
para trabajar tiempo completo no permitiéndoseles otras ocupaciones remuneradas
fuera de ella. A este tipo de contratación se la llama de dedicación exclusiva.
Un alto porcentaje de profesores con dedicación exclusiva caracteriza de modo
inequívoco una universidad científica.
Son dos clases muy diferentes.
Están las universidades en las que el conocimiento se construye, se crea. Están
las otras, aquellas en las que el conocimiento se repite, se retransmite.
En
el primer grupo se ubican las universidades científicas. En ellas no sólo hay
aulas. Suelen estar abarrotadas de cuchitriles y recovecos: son laboratorios en
los que se desarrolla la investigación científica. En estas casas de estudio las
currículas suelen ser flexibles, los doctorados suelen tener un peso relativamente
importante, la interdisciplinariedad es moneda corriente. En éstas, la palabra
"universidad" cobra un significado abarcativo: el conocimiento universalista es
el paradigma de todos los participantes.
En el segundo grupo, se erigen
las universidades de corte profesionalista -los especialistas en teorías académicas
las llaman napoleónicas, en alusión a su origen histórico-, generalmente estructuradas
rígidamente en unidades académicas, las facultades. A su vez, las facultades están
fuertemente asociadas con profesiones a las que invariablemente, en cierta medida,
regulan. En ellas la palabra "universidad" surge meramente de la suma algebraica
de los compartimientos estancos.
En particular, la Universidad de Buenos
Aires (UBA) no posee una modalidad definida. En el mapa de la UBA, que representa
una verdadera federación de facultades, las hay de neto corte profesionalista
pero también, algunas pocas, de marcado corte científico. Las universidades privadas
argentinas pertenecen decididamente y sin complejos a la clase profesionalista.
La diferencia sustancial Ahora bien, a primera vista pudiera
parecer que ambas modalidades logran (o al menos pueden lograr) un mismo producto,
a saber, una enseñanza de buena calidad. Sin embargo algunas piezas fundamentales
con las que ambos modelos se construyen producen fatalmente una diferencia sustancial.
Una de ellas es la dedicación de los docentes.
En la universidades napoleónicas
el concepto es cubrir los cargos docentes con los mejores profesionales, lo cual,
obviamente está muy bien. Ahora, en general las universidades no pueden ofrecer
sueldos demasiado suculentos ya que ellas -al menos las públicas- no producen
ganancias, sencillamente porque no han sido creadas para generar dividendos sino
para producir otro tipo de bienes. Por lo tanto ocurre que los mejores profesionales,
si su vocación es muy grande, aceptan un cargo docente, pero de pequeña dedicación,
mientras viven mucho más dignamente de lo que ganan en su estudio o en su consultorio.
El resultado es que la mayor parte de los docentes de las universidades profesionalistas
tienen cargos part-time o de dedicación simple.
En las universidades científicas
pasa algo diferente. Tal como lo establece el Estatuto de la UBA, el cargo de
dedicación exclusiva no es para estar 40 ó 50 horas semanales frente a alumnos.
La obligación es que el tiempo debe repartirse entre docencia e investigación
científica. Es decir, un docente full-time de la UBA es -o debería ser- un investigador
científico.
Entre ser un profesional o ser un científico, entre ejercer
una profesión o hacer ciencia, hay diferencias de las que la docencia y la excelencia
se nutren. Por ejemplo: no se puede ser científico sin estar actualizado, ya que
nadie puede descubrir lo que ya está descubierto. Un profesional puede ser bueno
si tiene un buen bagaje -y sobre todo un buen manejo- de conocimientos, pero no
se puede ser científico sin haber bajado hasta las profundidades del conocimiento,
sin conocer las bases en las que el manejo se sustenta. El part-time puede dejar
lo mejor de sí en el escaso lapso de una clase. Pero el full-time, el científico,
puede formar discípulos, puede acompañar al alumno en el proceso de aprendizaje
y formación. Quien se dedica a la universidad en forma exclusiva tiene la oportunidad
de organizar la vida de la cátedra, repartir el tiempo entre el aula, el laboratorio,
el seminario, la discusión entre pares y no pares, formar un grupo de investigación,
y muchos etcéteras. Además, la interdisciplinariedad surge espontáneamente si
la permanencia reúne científicos de disciplinas diversas.
No inventamos
nada En la escuela secundaria pasa algo similar. Un emprendimiento que
involucró a un buen número de instituciones secundarias, el famoso Proyecto 13,
permite -y en eso consiste- que los profesores concentren sus horas de cátedra
en un solo establecimiento. ¿Se hace ello para evitar que gasten sus escasos ingresos
en el taxi? Y. en parte sí, pero lo cierto es que las escuelas que participan
del Proyecto 13 suelen ser las mejores. La dedicación de los docentes, su compromiso
con la institución, suele ser cualitativamente superior. El provecho que la institución
les saca es mucho más que la suma de las horas que le dedican. Espontáneamente
se logra que los docentes full-time interactúen entre colegas de otras disciplinas,
asuman tutorías o consejerías de alumnos, asuman tareas extracurriculares, participen
de la vida social del establecimiento que espontánea e inevitablemente se ha convertido
en su segundo hogar, mientras que el resto de los "profesores taxi" siguen padeciendo
su no-pertenencia a ninguna escuela, corriendo de La Matanza a San Isidro por
dos horas los lunes y cuatro los jueves.
En muchas universidades que son,
quieren, o quisieron ser científicas, el celo por la dedicación exclusiva es tan
grande que suele ir acompañado por un régimen de incompatibilidad que prohíbe
al docente otras actividades remuneradas fuera de ella (de ahí surge el nombre).
Los salarios universitarios argentinos son tan miserables que muchos docentes
eludieron la prohibición mientras las autoridades hacían, en la medida de lo posible,
la vista gorda. Lo cierto es que el docente full-time, el científico, rara vez
incurre en incompatibilidades con la dedicación, sencillamente porque el trabajo
científico es absorbente. De alguna manera, aunque nunca se rinda, ni deje de
reclamar lo que es justo, ni se resigne a los salarios absurdos que la sociedad
le impone, el científico eligió la ciencia por una vocación profunda y no por
deseos de pertenecer al jet-set. Luis Federico Leloir estaría cobrando en mano,
en nuestra Facultad de Ciencias Exactas, unos 1.800 pesos mensuales.
Aquel
viejo esplendor Otro Nobel nuestro, Bernardo Houssay, luchó sin descanso
porque la universidad tuviese docentes de tiempo completo, que hiciesen ciencia.
Indudablemente triunfó en otros campos pero no en ese. La Facultad de Medicina
de la UBA, en la que investigó, desarrolló y generó conocimiento, en la que formó
discípulos que a su vez también fueron galardonados, tuvo un sólo decano full-time,
una honrosa excepción: el doctor Guillermo Jaim Etcheverry.
La UBA tuvo,
allá por los sesenta, una época dorada, en la que tomó decididamente el rumbo
de las universidades científicas. Las dictaduras militares y las sangrías políticas,
no sólo nos privaron de una innumerable cantidad de cerebros irremplazables, también
torcieron el rumbo del tipo y estilo de universidad que supimos concebir. De una
universidad científica de excelencia que sobresalió en toda América Latina, la
orientación se desvió hacia una universidad de emergencia que pudiera responder
a la demanda de profesionales que necesitaba la población. Y aquí estamos, tentados
por el marketing de la carrera corta y la salida laboral. Aunque todavía persisten
focos de excelencia, y también es cierto que se crean nuevos focos de pujanza
científica. Pero pareciera ser que mientras no reconvirtamos nuestra planta docente
para hacerla mayoritariamente full-time y científica, entonces, aquel viejo esplendor
seguirá siendo inalcanzable. |