Darwin resistido

La Teoría de la Evolución fue al choque: la gente creía que las especies vivientes -en especial la humana- habían sido creadas por un ser sobrenatural y todopoderoso, Dios, que las había diseñado con gran astucia, e insuflado un hálito vital que las distinguía claramente de la materia inerte… pero apareció Darwin, que presentó un mecanismo simple, absolutamente materialista y prescindente de poderes sobrenaturales, capaz de explicar la vida y casi todo aquello que superaba al entendimiento humano y que no habíamos encontrado más remedio que adjudicárselo a los dioses… Crash.

Convengamos que la embestida con que la Teoría de la Evolución le entró al palacio de la fe no fue muy prudente. El hecho de que exista variación y que ocurra al azar dice que si Dios existe está ausente. El caso de que la selección sea natural implica que no hay una guía del destino. Y el hecho de que la evolución sea capaz de crear tanta complejidad y sofisticación por sí sola indica que no hay diseñador: o sea, si Dios existe es un perfecto desocupado.

Por el lado científico todo bien. Desde el momento del anuncio una revolución científica se puso en marcha. El volumen de información, descubrimiento y conocimiento que se disparó fue descomunal. Fue algo así como una esclusa que abrió un chorro de creatividad científica que inundó de luz el universo biológico. La biología, que hasta entonces era una ciencia de recolección, de descripción, de acumulación casi filatélica, se convirtió en una ciencia operativa, llena de inferencia, predicción, cálculo, con gran poder explicativo, inesperadamente abarcativa, y con una capacidad de generalización unificadora apabullante. Es cierto que no faltaron los debates, pero la luz de la verdad era demasiado brillante y un siglo después Theodosius Dobzhansky, uno de los biólogos más importantes del siglo pasado, llegó a declarar "nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución".

Pero volvamos al primer choque de 1859. En ese entonces no existía una educación formal que no fuese confesional: educación y catequesis eran casi la misma cosa. La escuela se hallaba en manos de los religiosos, sea de la religión que fuera, que no estaban -ni están ahora- dispuestos a soltarla.

Recién con la Revolución Francesa la educación comenzó a hacerse pública y laica. Esa incipiente semilla de igualdad y racionalidad tardó mucho en propagarse a otras naciones y a muchas aún no ha llegado. Pero adonde la educación laica sí haya llegado los grupos religiosos que retienen parte de la educación formal en sus manos resisten la Teoría de la Evolución con diferentes cuotas de argucia.

El mundo científico, poblado de científicos, tiene su dinámica: el conocimiento se abre paso con insólita ligereza… y otra muy distinta ocurre entre la población humana, la que puebla el mundo. Entre la gente de a pie, la Teoría de la Evolución no es conocida, o no es entendida, o no es bien entendida, o directamente no es aceptada. Se la entienda correctamente o no, la última posibilidad es la mayoritaria: el común de la gente rechaza la teoría de Darwin. En Estados Unidos (el país de la ciencia) más o menos el 45% de los ciudadanos creen que Dios creó a los seres humanos en su forma actual en algún momento de los últimos 10.000 años. Y más del 80% rechaza la perspectiva de Darwin sobre la evolución humana. El motivo es obvio: la mecánica darwinista no le deja espacio a ningún dios y los que viven de Dios tienen poder de lobby.

La Iglesia Católica no es tonta. Después del papelón derivado de la condena a Galileo, el clero es muy prudente con los dichos de la ciencia. Y formula sus objeciones y ninguneos con el mayor disimulo posible.

La primera línea de defensa consiste en decir yo no dije tal cosa: como la Teoría de la Evolución contradice todo lo que al respecto dicen las sagradas escrituras muchos religiosos eluden la contradicción con la Biblia aduciendo que lo que ahí está escrito requiere ser reinterpretado y que no hay que tomar por verdadero lo puesto en forma literal.

La segunda línea de defensa es la trinchera de los que dicen que la Teoría de la Evolución es sólo una hipótesis, y que la información probatoria es incompleta, fragmentaria, provisoria. Eso es deshonestidad o ignorancia: la evolución es un hecho. Se trata de un mecanismo tan corroborado por miles de evidencias que sólo con malicia puede decirse que no es verdadero. Me explayo un poco más sobre este asunto más adelante.

La tercera línea de defensa consiste en esgrimir que la Teoría de la Evolución no es la única disponible y que existen otras teorías enunciadas que explican –o intentan explicar– los mismos fenómenos. Teorías alternativas, dicen, como si fueran contrapuestas, como si negaran la de Darwin. O sea… todo un menjunje provisorio. No existe tal cosa, las otras teorías de la evolución que se han formulado con posterioridad a Darwin son complementos, afinaciones. La Teoría Sintética de la Evolución, por ejemplo, le aporta los conocimientos de la genética mendeliana y la herencia de los que Darwin no disponía cuando ideó su teoría: la refuerza, la consolida.

La cuarta línea de defensa sólo la esgrimen los pseudoexpertos, pero no deja de ser una objeción absurda: que la Teoría de la Evolución no se trataría de una teoría propiamente dicha ya que para serlo una teoría debe ser falsable. ¿Qué quiere decir esto? Una de las características fundamentales de la ciencia (no sólo para sus teorías sino para todas sus proposiciones) es la propiedad de contrastación con la realidad a través de experimentos u observaciones que permitan corroborar o falsar lo que se diga. En el caso de la Evolución –dicen– no hay posibilidad de contrastar, ya que la teoría no predice hacia dónde evoluciona una especie… y aunque lo dijese, el tiempo necesario para contrastarlo es excesivamente enorme. Conclusión: la evolución no puede hacer predicciones, luego, no es una teoría científica.

Pamplinas: la Teoría de la Evolución realiza predicciones de tipos muy diversos y ha sido extensamente contrastada con la realidad a través de observaciones y experimentos. Cada día que pasa salen a la luz nuevos descubrimientos que podrían falsar la Teoría, o ponerla en graves aprietos. Pero eso no ocurre, y por el contrario: no hacen más que corroborarla. Al bulto, o en fino detalle, todo encaja con el mecanismo de la evolución enunciado por Darwin.

Entre las predicciones más sencillas de comprender por el lego se encuentran los hallazgos paleontológicos. Cada fósil que se descubre se presenta justo en el estrato geológico correspondiente a la historia evolutiva. Al famoso paleontólogo J. B. S. Haldane le preguntaron cómo podía ser falsada la Teoría de Darwin, y contestó: “conejos fósiles en el precámbrico”.

Las evidencias de la Teoría de la Evolución van mucho más allá del registro fósil. La distribución geográfica de las especies alcanzaría por sí sola para sustentar correctamente, y más allá de toda duda razonable, la Teoría de Darwin. Pero también hay que sumarle la morfología comparativa y la embriología comparada, la evolución genética molecular, la evolución bacteriana (en tiempo real), la ecología del comportamiento, etcétera, etcétera.

La Teoría de la Evolución también es resistida cuando coloniza otros campos, esta vez, científicos. El filósofo estadounidense Daniel Dennett, en su libro La peligrosa idea de Darwin, describe el darwinismo como “un ácido universal; corroe todos los conceptos tradicionales y deja en su estela una visión revolucionada del mundo”. La colonización de la psicología y la sociología (animal y humana) del brazo de la ecología del comportamiento, del programa adaptativo, de la sociobiología y de las ciencias cognitivas es un ejemplo de ello. Esta resistencia no es menor. Pero ocurre dentro de la comunidad científica: va a durar muy poco.

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
   
 
 
 
 
 
 

    
  Artículo publicado en la revista EXACTAmente. Algunos derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización sep-09. Buenos Aires, Argentina.