Marcelino Cereijido
A cara de perro

Desde que se recibió de médico se dedicó a la investigación científica: fue discípulo de Bernardo Houssay y desarrolló –y lo sigue haciendo– una carrera brillante. También Marcelino Cereijido tuvo que emigrar como tantos otros. Pero él regresa, desde México, una y otra vez. A veces en persona, como ahora, aunque la mayor parte de las veces sólo nos llegan sus libros, que ya suman más de seis. En esta entrevista con EXACTAmente, las miradas descarnadas, las críticas feroces y los desafíos que lo caracterizan como uno de los nombres que más aporta al debate sobre la función de la ciencia.

¿Qué lo trajo esta vez a la Argentina, Cereijido?

La Feria del Libro. Pero no me diga Cereijido. Dígame Pirincho, así me dicen todos. Asistí a la presentación de mi último libro, “La ignorancia debida”, y paticipé en una mesa redonda. Es que mi actividad científica tiene dos aspectos. Uno es la fisiología celular y molecular con la que me gano la vida, y otro es analizar la relación de la ciencia con la sociedad, en particular en la Argentina. Pero eso lo hago como un amateur; yo no soy ni sociológico, ni historiador, ni analista político. Pero aún así encuentro cosas muy significativas. Yo me tuve que ir de este país por dedicarme a la ciencia ¿Por qué tuve que irme, al igual que una gran cantidad de colegas? Porque acá, aunque haya una buena cantidad de científicos, no hay ciencia. Argentina es uno de los tantos países del Tercer Mundo que no tienen ciencia y que confunden la ciencia con la investigación.

“Primero vino el politeísmo, después el monoteísmo, y el último modelo en ese evolucionar del pensamiento es la ciencia moderna. Argentina se ha quedado en el monoteísmo”.

Ciencia a secas o investigación científica, ¿cuál es la diferencia?

Investigar es tomar algo que no se conoce, estudiarlo y explicarlo, mientras que la ciencia, antes que nada, es una manera de interpretar la realidad. ¿Qué manera es esa? La que surge de explicar los fenómenos sin recurrir a milagros, dogmas, revelaciones, ni al principio de autoridad. Por ejemplo, el señor Krebs podría haber dicho, tratando de explicar el ciclo que lleva su nombre: acá hay una enzima, acá hay otra, acá ocurre un milagro, después sigue otra enzima. ¡No, no! Si quien investiga no conoce la enzima, aceptamos su ignorancia, pero no aceptamos el milagro. Claro que el ideal sería que un científico sea investigador, y viceversa. Por ejemplo, si un farmacólogo desarrolla una droga que cura la lepra, el sida y el cáncer juntos, se dice que es un gran investigador; pero si el tipo piensa que el hombre fue creado a partir de un muñequito de barro y después salió la mujer de una de sus costillas, no necesariamente diríamos que es un científico. Y al revés: un señor puede ser un maravilloso interpretador de la realidad según la ciencia y ser un tipo que carece de toda originalidad y no puede ganarse la vida como investigador. La ciencia, como digo, no es más que el último modelo de las formas que tiene el hombre de interpretar la realidad. Había un momento en que se pensaba que los árboles crecían, o los patos nadaban, porque tenían alma; vino el politeísmo, después el monoteísmo, y el último modelo en ese evolucionar del pensamiento es la ciencia moderna. Argentina, lamentablemente, se ha quedado atrapada en el monoteísmo.

¿Usted, entonces, no considera que la Argentina pueda aspirar a tener una universidad científica? ¿El intento del 55 al 66 no apuntó a ese objetivo?

Sí, pero llamó ciencia a la investigación. Formó muchos y excelentes investigadores pero no formó una mentalidad científica. La prueba está en que ninguno de los empresarios e industriales que salieron de esa universidad contó ni cuenta con la ciencia. Crean y resuelven todo desde lo económico, y eso es lo que yo llamo la “patria bolichera”. Vos preguntás por qué la Argentina está como está y enseguida vas a encontrar tipos que te digan que es porque Roca firmó tal contrato, porque que fulano subió el dólar cuando tendría que haberlo bajado. Incluso muchos epistemólogos parecen haber caído en esa burrada, porque para ellos el conocimiento parece no ser otra cosa que ignorancia financiada. No faltan los que dicen “mirá, ahora tenemos muchos problemas económicos, pero esperáte que en cuanto estemos mejor ya vamos a apoyar a la ciencia”. A mí me parece una bestialidad: es lo mismo que si me dijeran “mirá, ahora no puedo porque tengo todas estas ecuaciones diferenciales que resolver, pero en cuanto termine voy a estudiar a ver qué es eso de la matemática”. Te aseguro que esa persona no va a poder resolver ninguna ecuación. La Argentina no cuenta con el conocimiento para resolver nada. Esa es la desgracia de los países sin ciencia. Si a una sociedad le faltan alimentos, caminos, energía, y alguien pregunta cuál es el problema, la misma sociedad va a decir que el problema es que carece de tal o cual cosa. Pero cuando lo que falta es conocimiento, no puede darse cuenta de esa falta, esa falta solo se detecta si hay conocimiento.

¡Upa! ¡Qué paradoja!

Pero eso pasa porque la formación que dio la universidad generó que la mayor parte de quienes pasaron por sus aulas hoy consideren que Suiza tiene científicos porque es rica; y no se les ocurre que es rica porque tiene científicos. Si fuera como creen ellos, los países más desarrollados en el conocimiento debería ser Qatar, Kuwait o alguno de esos emiratos árabes a los que les sale la guita por las orejas.

¿Cuál sería el lugar en el cual comenzar a generar ciencia?

En el libro “La ignorancia debida” propongo cosas positivas. Entre esas, por ejemplo, que la universidad tiene que, en primer lugar, detectar la gente de mucha calidad. Y esto es porque el aparato más sofisticado, más adelantado y más maravilloso para hacer ciencia no es el espectrofotómetro, ni la sonda espacial, sino el cerebro. Pero siempre todo esto se encuentra condicionado por el hecho de que no existe una visión del mundo compatible con la ciencia.

Una de las primeras escuelas de nutrición del mundo surgió acá en los años 20 ó 30, pero la Argentina paga patentas para darle de comer a sus gallinas y a su ganado.

Esto se escapa de las manos de la universidad.

Es totalmente cierto: todo el aparato educativo tiene que ser reconstruido para que la gente entienda cómo funciona la realidad. Yo conté el otro día en la Feria del Libro lo que pasó con Enrique. Resulta que, frente a mi laboratorio, en el Centro de Estudios Avanzados, había un taller mecánico fantástico, el taller “Enrique”. Pero un día desapareció, y no sabíamos qué había pasado con Enrique. Varios meses después tomo un taxi en la puerta del Centro y el chofer me saluda: “¿Qué tal doctor, tanto tiempo?”. Era Enrique. Le pregunté por qué había dejado el taller y el tipo me dijo que ahora los autos venían con convertidor catalítico, computadora, y él ya no se podía ganar la vida como mecánico. Ese tipo no necesita ciencia de avanzada, pero él no sabe cómo funciona la realidad, en su caso, un coche. Y la realidad es que ya ni recoger y disponer de la basura urbana es independiente de la alta ciencia y tecnología.

¿Usted sugiere que las instituciones educativas están formando “Enriques”?

¡Claro que sí! Y pasa mucho con los médicos. La Argentina tiene una investigación clínica muy buena pero una investigación total biomédica muy pobre. Un ejemplo es que una de las primeras escuelas de nutrición del mundo fue la de Escudero, en los 20 ó 30, y en este momento Argentina paga patentes para darle de comer a sus gallinas y a su ganado. Habiendo tenido un premio Nobel de química, Argentina paga patentes para suministrarle agua y sal a sus enfermos. Paga patentes para vacunar bichos. Es más, alguno podrá decir que faltan capitales. No es así; acá hubo empresas impresionantes que se vendieron por nada, y la defensa de la industria nacional estuvo siempre en manos de cada burro... Entonces yo pienso que la que tiene que hacer punta es la universidad. A cuántos chicos, a esa edad en que se cree todo, les cuentan aquello de “benditos son los que creen sin ver”. Eso es justamente lo opuesto a lo que los científicos tenemos que enseñar. Eso que se les enseña a los argentinitos como un enorme mérito, eso es un estímulo para que se descienda más en el aparato cognitivo.

Prohibir la enseñanza de la evolución deja de ser una cuestión ideológica porque estás perjudicando la salud de tu pueblo. De hecho, en nuestras universidades no se estudia evolución en las escuelas de medicina.

Pero, sin pertenecer a ninguna religión en particular, muchos dirigentes universitarios opinan que la investigación científica y la especulación escéptica son distracciones perniciosas para la formación profesional.

Si me tomo la libertad de creer que es un argumento honesto, puedo pensar que quienes opinan eso son absolutamente burros. Pongamos como ejemplo a un médico que atiende a un hipertenso. ¿Con qué lo va a curar? Con algo que una empresa farmacéutica le dijo que cura. Y, ¿quién hizo ese producto? ¿No le llama la atención que no saliera de un laboratorio argentino? Los profesionales excelentes no pueden no ser científicos. En un momento, a la Argentina intentaron venderle un reactor y los físicos argentinos dijeron: “No, eso contamina”. Y no se compró. Bueno, eso no hubiera podido ocurrir en Madagascar o Zambia. Me parece que lo que ocurre es que durante 16 años la universidad se infiltró de ñoquis, gente que ha tergiversado el conocimiento para adecuarlo a su nivel mental y ético. Por ejemplo, en el período entre el 55 y 66, al ver que un profesor que tenía 60 años seguía enseñando cosas antiguas, se crearon las cátedras paralelas. La idea era que si un joven traía nuevo conocimiento arrastraría a los alumnos. Pero en este momento la cosa está funcionando al revés: a un tipo que está enseñando bien le ponen una cátedra paralela que regala la aprobación con sólo llevar cupones de supermercado.

Muchos académicos insisten en que la medicina no se trata de una ciencia, sino de un arte.

Decir eso es una brutalidad. Mirá, en este momento está surgiendo a toda velocidad la medicina evolucionista. El chiste es este: para que alguien pueda vomitar hacen falta nervios, músculos, sistema nerviosos... millones de años de evolución. El reflejo del vómito es incluso más viejo que el ser humano mismo; entonces, la medicina, hasta ahora, la medicina sintomática, te trata de cortar los vómitos en el caso de que los sufras. Y lo mismo sucede con la diarrea o con la tos. Ahora, supongan que los marcianos deciden ayudar a los terrestres, y ven un incendio, miran un rato y dicen: “Caray, no está bien que a un tipo se le encienda la casa y encima vengan otros tipos con mangueras y hachas y rompan las ventanas”. Entonces se dedican solidariamente a matar bomberos, cortarles las mangueras, destruir las autobombas. ¡Momento! Yo sé que eso no es normal, el vómito, la tos, pero es parte de la defensa y no del ataque. Por ejemplo, un síndrome está hecho de signos y síntomas, entonces te daban una terapéutica para cada uno de ellos, y ¡momentito!, eso es parte del ataque o de la defensa, ¿es el bombero o son las llamas? Hoy día está cambiando todo eso. Para que esa medicina se pueda aplicar, hace falta enseñar evolución, ver por qué los bichos vomitan, qué genes son los que lo producen, qué secuencia tienen, cuándo aparecieron. Pero resulta que si prohibís la enseñanza de la evolución por una cuestión ideológica, deja de ser una cuestión ideológica porque estás perjudicando la salud de tu pueblo. De hecho, en nuestras universidades no se estudia evolución en las escuelas de medicina, y es por una cuestión ideológica. Lo que hasta hace pocos años era sólo una cuestión ideológica, qué sé yo, a vos no te molestaba, a nadie le molestaba en la calle que el Universo, en vez de tener 15 mil millones de años tuviera los seis mil que salen sumando las edades de los personajes de la Biblia, perfecto, vos creías una cosa, yo creía otra. Pero esto ya no es así, porque para curar a la gente hace falta saber evolución. Hay que cambiar los programas educativos.

Al gobierno argentino jamás, ni en el momento más negro de la última crisis, se le ocurrió plantearle los problemas a sus universidades.

Los Estados Unidos, el país líder del Primer Mundo, también tiene un pueblo y un presidente oscurantistas.

Yo creo que la sociedad argentina no tiene una ética tan terrible como la del pueblo estadounidense, pero sucede que cuando tienen un problema, por ejemplo, bélico, se lo confían a la ciencia y crean una tecnología increíble, que, con el tiempo puede generar, por ejemplo, Internet. Si tienen un problema de salud, ponen grandes cantidades de guita y se las confía a las universidades e institutos. Si tienen un problema agrario, climático, energético, siempre llaman al conocimiento. Es cierto que el pueblo norteamericano sufre un analfabetismo científico espantoso, casi tan malo como el argentino. De hecho, sólo basta ver televisión en los Estados Unidos los domingos a la mañana para darse cuenta de que todos los canales pertenecen a algún tele-evangelista. Pero la diferencia está en que ellos no tienen lo que se llama analfabetismo científico de estado. O sea, al gobierno argentino jamás, ni en el momento más negro de la última crisis, se le ocurrió plantearle nada a sus universidades. No hay nada importante que haga o deje de hacer Francia, Alemania, Inglaterra, que no se lo confíe a su ciencia. En cambio, yo diría que no hay nada de gravedad en la Argentina que el gobierno se lo encomiende a la ciencia.

Entonces, ¿también se trata de una cuestión dirigencial?

Y lo mismo sucede con el empresariado: a un empresario de los países centrales ni se le pasaría por la cabeza ignorar a la ciencia, mientras que en la Argentina, al contrario, ni se le pasaría por la cabeza contar con la ciencia. Pero los dirigentes salen del pueblo. Y en estos días veo con mucho dolor a mi ídolo, Maradona, en situación de riesgo, y veo que le han puesto ahí adelante altares, y rezan. Pero, pared de por medio, están los tipos que le tratan de salvar la vida con drogas, técnicas, recursos tecnológicos, donde no interviene ninguna variable mística.

Volviendo a la evolución, ¿qué le parece la sociobiología?

Una maravilla.

Hasta en los círculos más cultos de la Argentina, la sociobiología es fuertemente cuestionada y resistida.

Pero, ¡la gran puta! Es parte del analfabetismo científico de los argentinos. Sus humanistas son muy subdesarrollados; en general, para ellos la ciencia empezó con los griegos, los egipcios, los sumerios. Bueno, ya llegaron tarde, desde hace más de 300 mil años los humanos basan su supervivencia en el conocimiento. Para comprender las raíces hay que entender la evolución. Quienes resisten esto, en algún sentido, son hijos del modelo místico porque, de acuerdo al modelo místico, el cuerpo está separado del alma, y el hombre fue creado hace seis mil años a partir de un muñequito de barro al que soplaron. Pero la realidad no es así, la visión científica de cómo madura el ser humano, de dónde sale, para qué se usa el conocimiento, y todo lo demás, es otra... Toda nuestra conducta está modelada por una evolución que esa gente no entiende, ni entiende ni se la plantea. Entonces, son creacionistas. Y la forma en que se defienden es muy pueril, porque dicen, por ejemplo, que la sexualidad es una elección, que la cultura hace que el hombre tenga una sexualidad así o asá, etcétera. Entonces, la sociobiología contrapone argumentos, trae toda la evolución en apoyo de lo que va a explicar, y sorprendentemente ellos te acusan de racista y te argumentan con que Hitler esterilizaba a los idiotas, y que los norteamericanos discriminan a los negros. Entonces, yo suelo contestarles: “Sí, es cierto, mi tía tenía un colchón azul y tocaba la guitarra”. Lo que pasa es que quieren marcar su territorio afirmando que el humano es el rey de la creación y creo que están continuando con un modelo teológico.


Artículo publicado en la revista EXACTAmente. Todos los derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización jun-06. Buenos Aires, Argentina.
fotos: Juan Pablo Vittori
 
 
Tres notas periodísticas de Pirincho en Radar, Pagina/12