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Sorpresiva charla sobre sexo
¿Querés venir a mi
cama en mi casa esta noche?
Ocurrió en Plaza de Mayo, en
medio de las protestas por el recorte. Pero tuvo tanto éxito que hubo que reeditarla
en la propia Facultad donde trabaja Lino Barañao, profesor asociado del Departamento
de Química Biológica. Lo que ocurrió no fue la pregunta que da el título a esta
nota, sino una clase pública, una charla sobre sexo, que Barañao había pactado
con un grupo de aplicados. y babosos estudiantes.
Dos fueron los motivos
del éxito. El primero es obvio: no existe ningún tema, académico o vulgar, con
mayor capacidad de convocatoria que el sexo, desde que el sexo fue inventado.
El segundo es el siguiente: la exposición presenta costados harto polémicos y
hasta algún ribete peligroso. Y no es para menos: la tesis principal de la disertación
afirma que muchas de las cosas que los hombres valoran como logros de la humanidad,
como el desarrollo intelectual, el manejo de las abstracciones, la elaboración
de teorías científicas son, en gran medida, una consecuencia de la conducta de
apareamiento del macho y en esencia tiene como principal objetivo agradar al sexo
femenino. Básicamente -aclaró Barañao dejando atónitos a los futuros científicos-
este despliegue masculino no es esencialmente diferente de lo que hace un canario
cuando canta, o un pavo real cuando despliega su cola.
Después de anunciar
la tesis, el disertante, que además de profesor universitario es investigador
científico experto en temas de sexo, reproducción, fertilización, clonación y
todas esas cosas chanchas, arrancó el discurso planteando el problema por el principio:
¿porqué existe el sexo? Más de uno puede sorprenderse por la pregunta, sin embargo
la respuesta no es obvia: bien podríamos reproducirnos por clonación, como las
bacterias, por división o por brotes. Poderosas razones cuya explicación reside
en el dominio de la biología molecular y las matemáticas determinaron que fueran
los bichos sexuados, y no los otros, los que tuvieron éxito y colonizaron toda
la faz de la Tierra. Tampoco es obvia la respuesta a la segunda pregunta: ya que
hay sexos, ¿por qué hay sólo dos? Mmm, acá tampoco es fácil ponerlo en palabras,
pero matemáticamente surge con claridad que dos, y sólo dos, es la clave del éxito.
Macho y hembra los creó Ahora bien... ¿quiénes son estos dos
sexos? Sexo es intercambio, para que haya un intercambio se requiere un encuentro,
y para que este ocurra es necesario moverse. Premisa 1: para que haya sexo se
necesita que al menos una clase de individuos portador de información genética
(que es lo que se intercambia) viaje, se mueva, se desplace, busque a los individuos
con quienes juntar los genes. Los espermatozoides son individuos de esta clase.
Premisa 2: crear vida no es gratis. Hay que pagar un costo. No alcanza con la
información genética. Hay que juntar nutrientes, energía. Si usted quiere que
su experimento funcione... no escatime el gasto. El sexo también debe ocuparse
de esto. Pues bien, la solución es ésta: un tipo de individuos se ocupa del gasto...
sus "gametas" son más bien gorditas y nutritivas, son muy aptas para aguardar
el momento de la fecundación pero inapropiadas para salir a buscar compañero.
Un individuo especializado en hacer el gasto construye unas cuantas, no muchas,
gametas. Generalmente lo designamos "hembra". Necesitamos también gametas de otro
tipo, flaquitas, ágiles, económicas. Un individuo especializado en generar gametas
móviles, solemos designarlo "macho", y ya que sus gametas cuestan muy poco, puede
generar cientos de miles, mejor que sean millones, eso aumentará la chance de
que encuentren sus compañeras de faena.
No todo es color de rosa
La hembra hizo el gasto. Lo menos que puede pedir son condiciones. Ya que
la gameta masculina lo único que va a poner son los genes, bueno me pongo en exquisita
y sólo me apareo con quien me ofrezca mejores garantías de calidad. Dicho en otros
términos, elijo a quien mejor garantice la transmisión de mis propios genes, aquel
que fabrique conmigo los individuos más efectivos en generar descendencia. Parece
una novela... pero es matemática pura.
El macho, en cambio no pone condiciones,
apuesta al número. Apuesta tan sólo a conseguir el mayor número de encuentros
posibles. Pero en su naturaleza lleva implícita una condición inevitable, en su
búsqueda de compañera debe competir con otros machos, pelear por alcanzarla, y
luego, pugnar por sus favores, es decir, por convertirse en elegido. Consecuencia
de ello es que los más eficaces en esta pelea donde ningún recurso habrá que descartarse,
serán más eficaces en crear progenie, que a su vez portará la información necesaria
para tales habilidades, y así.
Esta descripción de los hechos se ajusta
con precisión a casi todas las especies en la que la distribución del trabajo
es esta: un sexo (el hembra) hace el gasto y en general se ocupa de la crianza
y la otra (el macho) se dedica más al levante, a la diversión... o debiéramos
decir, a trabajar esforzadamente para la preservación de sus genes.
En
general las sociedades que estas especies forman son heterógamas. Pero existen
otras, la nuestra por ejemplo, en la que los machos también invierten energía
-tiempo esfuerzo, dinero- en la función parental. En estas últimas la monogamia
es más frecuente. Parece ser que la estrategia reproductiva se adapta en buena
medida al grado de inversión -o gasto- parental.
Pero nada es sencillo.
Veamos sino este fenómeno que está claramente documentado: es muy frecuente que
en las especies monógamas el porcentaje de aplicados padres que crían hijos ajenos
pensándolos propios no es despreciable. Entre nosotros los humanos el número no
baja del 10%. Aparentemente la hembra, a la hora de elegir, sopesa las características
de buen padre que tendrá aquel para el que reserva el lugar de pareja estable,
mientras que busca un macho más lindo para el ratito de la procreación. Esto nos
pone frente a la necesidad de una distinción: existe un monogamia social y otra,
distina, la genética. No está claro en qué categoría encaja mejor nuestra especie.
De lo que no cabe duda es que las estrategias reproductivas se han establecido
genéticamente a lo largo de nuestra historia evolutiva, digamos... uno, diez,
cien millones de años. Y no hay motivos para pensar que estas pautas tan firmemente
establecidas puedan cambiar en apenas cuatro milenios. Es cierto que las pautas
sociales de la civilización no tienen que copiar las establecidas biológicamente
en la historia natural. Pero conviene conocerlas.
Usted me pone en
un compromiso Un grupo de investigadores de una universidad estadounidense
realizó un estudio que intentaba develar el misterio. Contrataron un grupo de
encuestadores jóvenes de ambos sexos de agradable presencia que a boca de jarro
espetaban en orden las tres preguntas que figuran en el recuadro, de las cuales
la tercera sirve de título a esta nota. En medio del descalabro generalizado entre
el auditorio, Lino Barañao mostró que es obvio que este resultado revela una estrategia
reproductiva diferente entre hombres y mujeres. Los varones aceptan el convite
que no genera grandes compromisos, salvo los judiciales (pero los genes no saben
nada de eso), mientras que las damas tendrán nueves meses para pensar ¡qué es
lo que hice!
No es este el único aspecto que revela las profundas razones
de nuestra conducta. ¿Qué miramos en el otro para elegirlo como pareja? Estudios
minuciosos revelan, por ejemplo, que una mandíbula inferior cuadrada y promiente
es preferida entre las mujeres. No es casual: el desarrollo del maxilar inferior
en el hombre depende la testosterona, una hormona netamente masculina. En una
cara femenina los hombres prefieren rasgos juveniles, reveladores de lozana juventud.
¿Estarán estos indicios vinculados con la fertilidad? Sin ir más lejos las popularísimas
características 90-60-90, apetecidas en todas las sociedades y culturas del mundo,
se hallan estadísticamente correlacionadas con un máximo de fertilidad. Pero la
cualidad más apreciada en el momento de la elección es la simetría corporal y
facial, lo cual no es de sorprender si se comprende que la simetría y las proporciones
armónicas son excelentes indicadores de salud, genéticamente hablando.
Si
sólo fuera así, no existirían los gurrumines No sólo de percha vive el
hombre, previno el profesor desde su porte tamaño Woody Allen. Al parecer, una
pequeña variación en el trinar de un canario desconocido decide a la canaria,
aburrida de escuchar siempre la misma canción, a abandonar a su pareja de siempre
y hacer nuevo dúo con el advenedizo compositor. Existen unas arañas que estudian
la danza de los araños. Si la coreografía es conocida siguen de largo, si la danza
es original se queda a tejer con el bailarín festejante. Los ejemplos abundan,
y sugieren que en el repertorio de características importantes para la elección
del compañero sexual, hay un lugar privilegiado para la originalidad, el arte,
la creatividad y el ingenio. y porqué no, la ciencia.
La Biblia misma
atribuye un rol más pecaminoso a la ciencia que a la carne. El mandato que recibieron
Adán y Eva fue "Creced y multiplicaos"... y al mismo tiempo "no comáis del árbol
de la ciencia".
No debe ser casualidad que casi todos los grandes genios
de la humanidad desarrollaron sus teorías revolucionarias alrededor de los 25
años. Einstein, Dirac, Gauss, la lista es infinita. Es justamente en esa edad
que los varones manifiestan el pico máximo de testosterona. Esta hormona masculina
y masculinizante posee varios efectos sobre el organismo. Uno de los más notorios
es el aumento de la agresividad. En casi todas las especies el macho es más agresivo
que la hembra. La caza, la defensa, la territorialidad requieren una buena dosis
de agresividad. En ciencia, buscando una analogía para el siglo XX, agresividad
puede muy bien ser cuestionar, objetar al sistema, desafiar la teoría imperante.
No deja de ser, en lo profundo, un macho que desafía al resto ante la mirada maravillada
de las hembras.
¿Mujeres a lavar los platos? En esta visión
de la ciencia no aparecen las mujeres. Mmm, estamos en un problema. Mientras las
feministas del auditorio clavaban sus uñas en los posabrazos cuando no en compañero
de adelante Barañao propuso este experimento, real por cierto, que ocurrió en
la universidad de Harvard entre un nutrido grupo de jóvenes a punto de recibirse,
todos ellos autoasumidos como liberados, superados y desprejuiciados en cuestiones
de género. Se les pidió a todos ellos que narrasen una historia en la que cada
uno de ellos mismos se recibía con el mejor promedio de la Universidad. Casi todos
los varones coincidieron en contar vidas posteriores exitosas, excelentes empleos,
dinero, bienestar, familias numerosas, fama y felicidad. En cambio las mujeres...
un muy buen empleo, muy buen pasar... ahora con la cuestión pareja... con la cuestión
familia... la felicidad... ejem... muchas de ellas terminaban preguntándose si
realmente había valido la pena tanto sacrificio con el estudio, con la profesión
para... Volvamos a los hombres: también se les preguntaba acerca de su ideal de
pareja. Recuerden... los superados, los desprejuiciados. Todos coincidían en que
la mujer debía ser inteligente y creativa, pero también resultaba indispensable
que fuera una excelente cocinera, ama de casa, madre ejemplar, esposa perfecta.
Es decir, a la hora de elegir compañera ¡seguían pensando como hace dos mil años!
En resumen: pese a los notables avances logrados en la eliminación de arquetipos
estrictos para las mujeres, todavía existe un conflicto entre su éxito intelectual
y el reproductivo. Y esto no se debe a limitaciones propias del sexo femenino
sino más bien a que la biología de nuestro cerebro se mantiene tal cual era en
los albores de la humanidad.
La presencia de la mujer en la ciencia es
una realidad, no sólo indiscutible, sino también debida. Lo cual no impide que
la naturaleza y la biología se abran paso y emerjan en los lugares más insospechados.
Si prestásemos atención a los tipos de ciencia que desarrollan ambos sexos, veríamos
que la ciencia desarrollada por los hombres, siempre alerta para agradar a una
mujer, siempre listos, está más relacionada con la teoría, con el conocimiento
puro. Tal vez no sea casualidad que la palabra teoría y teatro pertenezcan a la
misma familia. O cosmología y cosmética. De ahí surge la deformación de la copla
"todo gran hombre andaba detrás de una mujer". La ciencia desarrollada por mujeres,
en cambio, se vincula más con la provisión, con el conocimiento aplicado, con
la economía. Por supuesto -y Barañao debe haber aclarado esto tal vez perocupado
por su propia supervivencia- esta "teoría" esta basada en arquetipos de científicos
de ambos sexos, y como cualquier generalización no tiene valor predictivo para
casos individuales. A otro grupo de investigadores les preocupó la siguiente pregunta.
¿Cuál es la motivación que tienen los científicos para realizar su trabajo? ¿Qué
los mueve, qué los impulsa? Las conclusiones a que arribaron son significativas:
una motivación importante era el placer estético, el goce estético. Un grande
de la ciencia de este siglo, Jacques Monod, ha llegado a declarar que una teoría
bella puede ser verdadera, una teoría fea necesariamente debe ser falsa. La curiosidad,
el placer lúdico también aportan lo suyo. Aparecía una fuerte coincidencia entre
las apetencias de los científicos y los niños y es por todos conocido que el ser
humano no sólo tarda más tiempo en alcanzar la madurez comparado relativamente
con otras especies, sino que conserva por mucho más tiempo características infantiles.
La importancia de todo esto, destacó el disertante, es que el placer, la voluntad
de hacer cosas, radica en las regiones profundas del cerebro, la región límbica,
el cerebro primitivo. Había sido una "charla de los viernes". En esta ocasión
el discurso, confesó el orador que por suerte terminaba ileso, no pretendía más
que provocar al auditorio, sacudirnos un poco, y generar el debate. En definitiva,
negando nuestra naturaleza tal como la revela el conocimiento biológico no ganamos
nada. Pero en la medida en que seamos conscientes de nuestra naturaleza, es posible
que tomemos las decisiones más acertadas. No olvidemos que apenas hace unos instantes
-en tiempos evolutivos- no éramos otra cosa que un grupo de chimpancés. Y seguimos
siendo tan animales -sin la menor connotación peyorativa- como entonces.
Artículo publicado en la revista EXACTAmente. Todos los derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización jun-06. Buenos Aires, Argentina. |