Las lecciones del Maestro Ciruela
Exigencias

Admitámoslo: tenemos un problema serio. No se aprende nada sin esfuerzo. Por más que usted sea el docente más efectivo y genial del universo sus estudiantes no aprenderán si no ponen -de parte de ellos- una cierta cantidad de esfuerzo (de estudio, de concentración, de dedicación). Déjeme inventar: yo diría que cualquier aprendizaje depende en un 90% del estudiante y apenas en un 10% del profesor. Usté qué opina.

Bueno, sea como sea, la cuestión es que si usted está al mando de la tarea colectiva enseñanza-aprendizaje deberá advertirles sobre esta cruel realidad. Y no digo cruel porque descrea que el estudio no pueda ser placentero, lo digo sencillamente porque, como todo adulto sabe, a los jóvenes (sobre todo a los adolescentes) los enferma gravemente que les pidan esfuerzos o los sometan a exigencias.

Tengo colegas que esconden esa verdad, y hacen mal. Hay otros que organizan sus clases con pura diversión, lo cual no estaría mal si dentro de ese jolgorio aparecen las pautas del trabajo rudo que los estudiantes tendrán que realizar por su cuenta. Los ejemplos pintorescos, los acertijos, las anécdotas interesantes, los juegos, son condimentos imprescindibles... pero deben acompañar inexorablemente la enseñanza de los caminos arduos.

El incentivo mayor que un estudiante debe tomar como propio (y usted debe convencerlo de ello) es que alcanzar el aprendizaje le abre las puertas a una vida mejor. Aprobar asignaturas, cursos, grados... los convierte en personas más poderosas, con posibilidades laborales mejores, con acceso a parejas más bonitas o más guapos, con futuros menos rutinarios y más creativos.

Es cierto, nunca va a faltar aquel que le diga que el futbolista tal o cual tiene todo eso y mucho más y apenas si terminó el cuarto grado. Es muy cierto. Pero no deje de prevenirlo de que no se deje engañar por la visibilidad en los medios, que solo uno de cada 10.000 futbolistas alcanza ese éxito, y en contrapartida solo uno de cada 10.000 profesionales se queda en la lona. La vida es una sola como para jugarla en una lotería tan mezquina.

 
   
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