Ad honórem, mal olórem

El último censo docente efectuado en la UBA arrojó la friolera cantidad de 11.000 docentes ad honórem. La cifra, alarmante de por sí, tomó estado público y fueron muchas las voces que se levantaron reclamando la inmediata retribución salarial que estos docentes merecerían. Pero la realidad tiene aristas complejas y no todo lo que parece justo lo es.

El último censo docente efectuado en la UBA, realizado en octubre del año pasado, arroja una cantidad de 11.003 docentes ad honórem, cifra que constituye el 37 por ciento de la planta de profesores. Según la Asociación Gremial Docente de la UBA, la cifra podría ascender a 20.000. De cualquier modo, es un despropósito. La primera conclusión a la que puede llegar cualquier ciudadano que lee la noticia es que la Universidad de Buenos Aires es una institución negrera. Y no sólo va a apoyar la idea de asalarización inmediata de los esclavos sino que va a pedir, con cierta lógica, la encarcelación de los miserables funcionarios esclavistas. Espere, ciudadano, no se apresure. Vayamos por partes. El Estatuto Universitario de la UBA establece el cargo ad honórem, o sea, sin retribución económica. Y lo cierto es que en todas las universidades del país y del mundo es usual la designación ad honórem. ¿Cuál es su lógica? Pongamos un ejemplo. Un departamento docente invita como docente a un investigador que puede expresar como ningún otro una perspectiva original, o un trabajo propio, o lo que sea. El titular de la materia juzgó interesante o importante invitarlo a dar unas clases para sus estudiantes. El experto acepta, ya que se siente honrado por la invitación, viene, da sus clases (el docente a cargo de la materia asiste a ellas), termina y se vuelve a su universidad muy contento a contarle a la familia lo divertidos que son los gauchos.

No es el único caso en el que la figura de docente ad honórem tiene sentido desde la lógica universitaria; supongamos el de un profesor que hizo carrera adentro de la universidad. Llegó el momento de jubilarse pero su alejamiento podría significar una pérdida cultural o académica. Entonces se lo invita a quedar vinculado con un cargo ad honórem. No se lo obliga a dar clases ni a cumplir horarios, pero se gana cada vez que él quiera seguir estando adentro, produciendo cultura, conocimiento, dirigiendo investigaciones, dando consejos, guiando. También puede hacer uso de las bibliotecas de la universidad y otras instalaciones y hasta participar en la vida política de la misma. Puede dar charlas y conferencias todas las veces que quiera. ¿A cambio de qué? A cambio del honor de seguir perteneciendo a la universidad y trabajando en ella y enriqueciéndose culturalmente también en ella, y con un grado de reconocimiento importante, ya que se lo designa como profesor honorario, o profesor emérito.

Y con este no se agotan los ejemplos, pero ésta es la lógica de la designación ad honórem en la universidad. Nótese que en ella no hay actitud esclavista: es un intercambio igualitario en el cual no hay obligación de aceptar el cargo. A nadie se le pone una pistola en la cabeza y se le dice: enseñe gratis o disparo.

Mal olórem
Pero no hay 20.000 de estos señores prestigiosos en la UBA. Acá está pasando otra cosa, está funcionando otra lógica. Tenemos muchos casos de docentes que no cobran y están a cargo de cursos completos cuatrimestre a cuatrimestre. El abultamiento desmedido de los cargos ad honórem tiene su raíz en el problema de la deformidad de los planteles docentes. Una estructura docente normal debe tener forma piramidal; por ejemplo: un titular, un asociado, dos adjuntos, cinco jefes de trabajos prácticos, nueve ayudantes de primera categoría y doce de segunda. Pero hay lugares donde por diferentes motivos -entre los que el más importante es la falta de salida laboral de los egresados fuera de las estructuras académicas- el amiguismo hace que se utilice la plata destinada a una materia para crear más cargos de caciques, y por lo tanto se quedan sin dinero para los cargos de indio. O sea, los planteles docentes tienen muchos profesores de alto rango y pocos, o ninguno, de ayudante. Como los cargos de menor categoría insumen menos erogación que los de alta, el total de docentes que se cubrirán con igual presupuesto, lógicamente, disminuirá. En lugar de piramidal, la estructura se convierte en cilíndrica, y reducida. Un solo cargo de profesor titular equivale, en plata, a diez o doce de ayudantes. No sólo empieza a faltar gente para atender las comisiones atestadas de estudiantes sino que ahora todos son caciques así que ni aparecen por las aulas a ensuciarse de tiza. Total siempre hay algún tonto que va a venir a laburar gratis.

Ahora, este tonto no es ningún tonto. Para empezar, acepta el cargo ad honórem sin presiones ni violencia, y generalmente sin promesas ni ciertas ni falsas. ¿Entonces, por qué acepta? Ojalá fuera sólo por el honor, pero hay algo más. Una designación en la Universidad engrosa el currículum, y un currículum importante, en el mercado laboral, tiene su correlato económico. Pero, además, una designación ad honórem se realiza sin concurso: es una selección a dedo. Se obtiene por ser amigo o conocido del profesor que nos designa en lugar de competir en un concurso abierto con todos los argentinos que pagan impuestos y tienen antecedentes académicos parecidos a los de él. Si tuviera que competir en un concurso abierto y justo, la probabilidad de ganar el cargo disminuiría apreciablemente. En cambio así, a dedo, ad honórem, ya queda un escalón arriba de los competidores. Y si en algún momento se llama a concurso, el "tonto" va estar mejor que el resto porque además de currículum ganó experiencia. Acá hay complicidad mutua. O sea, "tonto" no es la palabra.

Autonomía
Si bien el ejemplo descrito no incluye la totalidad de los 11.000 censados, abarca una buena cantidad de casos. Lo cierto es que la situación debe revertirse, pero no irresponsablemente. Con metas claras y plazos razonables, la Universidad debe recomponer sus estructuras docentes, regularizar sus planteles haciendo llamados a concurso y reservar una cuota importante de cargos de ayudantías de segunda para que sean ocupados por estudiantes de grado que complementen su formación con la actividad docente. También debe reorientar la matrícula inteligente y responsablemente adecuándola a las posibilidades de la universidad y las necesidades del país, en vez de rendirse a los criterios de mercado de la oferta y la demanda, modas pasajeras y tradiciones profesionales.

Todos los cargos (salvo las excepciones previstas en el Estatuto) deben ser rentados. La autonomía que la sociedad les brinda a las universidades públicas no es excusa para hacer con los fondos públicos lo que se quiera. La Universidad tiene la obligación de gastar el dinero público responsablemente y rindiendo cuenta de ello en forma constante. Los trabajadores docentes e investigadores de la universidad pública tenemos un régimen laboral particular, con concursos periódicos y sin estabilidad permanente. Esto nos embarca en una lógica laboral diferente de la conocida vulgarmente en la que una parte es el asalariado y la otra parte patronal. Somos ambas cosas, y nuestra responsabilidad es mayor. Si no asumimos este compromiso superior, todos los reclamos justos por mayores salarios y mejores condiciones de trabajo caerán en el pozo corporativo del despilfarro.


Artículo publicado en la revista EXACTAmente. Todos los derechos reservados. Se permite su reproducción citando la fuente. Última actualización jun-06. Buenos Aires, Argentina.